Voces del olvido

[Rocío Beltrán]

Los húmedos espacios dañados que habitan entre tallo y tallo, me recuerdan la dureza con la que la lluvia ha forcejeado en nuestra tierra los dos últimos meses; lo sé porque mi padre me contaba cada detalle con preocupación.

Estos ocho años que he estado fuera de casa se han conservado intactos en nuestra ciudad, todo sigue tal y como lo recordaba; la catedral con sus caminantes mañaneros, el olor a pan recién horneado y tu sonrisa perenne, cada vez más madura pero con la inocencia intacta, la misma inocencia que me enamoró con quince años.

Os echaba de menos, a Jaén y a ti, Lorenzo, creado de tantos pedazos de Jaén que solo te creo capaz de habitar entre olivos y con esta pureza de oxígeno que ridiculiza a mis pulmones contaminados.

No creas que pretendo insultarte, todo lo contrario, admiro profundamente la fidelidad de tus principios, tan sólidos y fuertes como las raíces de aquellos olivos que plantamos en el invierno del 97. ¡Cómo han crecido! Resulta curioso pensar que un día los sostuvieron nuestras manitas impacientes, ¿te acuerdas? Aquella fue la primera vez que nos dejaban plantar lo que sería nuestro futuro sustento.

Lo que pretendía decir es que realmente te admiro, incluso siendo yo la que sale perdiendo en esta batalla de deseos; pero en fin, en estos años he aprendido a respetar tus decisiones y he conseguido entender que no se puede exiliar a un corazón que ama a su patria, y no hace falta decir que tu patria es esta que pisas cada día y te regala la salud y la plenitud que tu vida necesita.

Muchas veces he recordado aquello que me dijiste, sí, que tu felicidad tenía sabor a aceituna, ¿te acuerdas? Me reí durante mucho tiempo de la simplicidad que te caracterizaba, pero ahora… Ahora por fin te entiendo y no te culpo por abandonarme a mí en vez de a tus objetivos, tus sentidos están ligados a esta tierra y obligarte a seguirme te habría convertido en una persona distinta a ti, y yo solo te quería a ti.

No te sientas incomodo, sé que odias que hablemos del pasado, pero pienso que es necesario para así dejar a un lado estas heridas que nos separan y reencontrarnos en este presente, el futuro ya dirá, pero no quiero que pasen los años y sigamos sin poder reírnos con la libertad con la que los oídos de mi memoria recuerdan tus carcajadas. La libertad andaluza que pasea meciendo risas por los balcones.

Es extraño… durante mucho tiempo me esforcé por eliminarte de mis recuerdos, y curiosamente cuando parecía que tu nombre había desaparecido del vaivén de mis días, volvió a mí un deseo irracional de regreso a casa, y con él, tu imagen, rodeada del verde más intenso; el de las aceitunas brillando en multitud de tonalidades; el olor amargo clavado en la sien y de la paz deambulando entre insectos y flores.

Y, bueno, aquí estoy, después de tanto tiempo y de tantos reproches telefónicos; caminando por nuestro olivar, contigo a mi lado como si de un recuerdo soñado se tratara.

Aunque bueno, no puedo quedarme tanto tiempo como me gustaría, solo he venido a pasar unos días, aprovechando "las lumbres de San Antón", ya sabes que siempre ha sido mi fiesta favorita y lo cierto es que siento la necesidad de reencontrarme conmigo misma, creo que me puede ayudar el magnetismo ancestral del fuego y volver a ver a nuestros amigos entre bailes y cantos mágicos.

Por supuesto no solo he venido por San Antón; ya sabes, no se puede huir de los orígenes.

 

De Jaén conservo los mejores recuerdos de mi vida y odio haberme distanciado tanto en los últimos años, siento incluso que mi personalidad se ha visto muy afectada. Por ejemplo, no sé si serás consciente pero esta ciudad entera tiene una fuerza que obliga a meditar, creo que al integrar la naturaleza en nuestra cotidianeidad nos quedamos con parte de su bondad y su serenidad sin darnos cuenta, solo hace unas cuantas horas que llegué pero tengo que reconocer que desde que bajé del tren todo lo aprecio con mayor intensidad: cierro los ojos y realmente siento el olor invadiendo mi pecho, miro a mi alrededor y los colores parecen escapar de algún cuadro, y los sabores... no recordaba la fuerza con la que el aceite de oliva perfecciona cada plato.

En fin, ni siquiera he desarmado las maletas y ya me pesa tener que dejar todo esto. El domingo por la noche cogeré el tren que me lleva rumbo de nuevo a mi vida, la que tanto ansiaba cuando aún estábamos juntos y la que ahora parece pesar más que mi propio equipaje. Qué curioso, esto me recuerda tanto a aquella conversación que tuvimos en la que tú intentabas hacerme ver el valor oculto en la sencillez de nuestra tierra y yo fantaseaba con castillos de cristal.

¡Cómo han cambiado los papeles en estos ocho años…! Ahora soy yo la que reconoce todos estos privilegios y quien se arrepiente de haber roto con todo, aunque dicen que nunca es tarde para una nueva aventura, quizás vaya siendo hora de dejar de coger trenes y quedarme en la tierra del sol.

Tengo que reconocer que no esperaba ser tan honesta ni siquiera conmigo misma, pero pasear por plazas y rincones donde he vivido tantos años me ha llevado a revivir emociones que tenía muy enterradas; ahora por ejemplo, caminar por nuestro olivar me hace pensar en la niñez, en cuando acompañábamos a nuestras madres a recolectar aceitunas.

Nunca he vuelto a sentir una tranquilidad como aquella, y lo cierto es que en todos estos años no había reparado en el tesoro que tuvimos por infancia, ¡fuimos tan felices!, dos pequeños despreocupados que jugaban a ver formas en los olivos, a poner nombre a las aves, corriendo como si cada árbol fuera nuestro compañero de juego, con el polvo alzándose desde nuestros talones hasta nuestras cabezas, en nubes que nos hacían sentir dioses de la tormenta, mezclando sudor y risa, ajenos a los miedos de los mayores; ajenos a la meteorología, los aranceles, los costes y tantos otros problemas que no queríamos entender, y pensando únicamente en encontrar el mejor escondite y ganar el juego. No estaría nada mal volver a aquellas tardes, ¿verdad? Tienes que reconocer que de los dos yo era la astuta y tú te limitabas a copiar mis estrategias...

Tantas escenas, tantas gotas de nostalgia cubiertas del oro de nuestro aceite y todas ellas con el mismo escenario de fondo, nuestro olivar. Lo curioso es que ha pasado mucho tiempo y ahora todo aquello me parece un cuento o un sueño incluso, si te soy sincera también estar aquí hablando contigo me resulta irreal, ¿no te pasa a ti?  Te miro y tengo la sensación de que sigo soñando, y no es para menos; mira el cielo verde que crean las copas de los olivos y como la luz dorada rema entre las esbeltas hojas y las perlas verdes, ¿ves cómo se sumergen los destellos en la tierra? No puedes decir que no parece que estamos soñando, incluso parece que vivimos dentro de un inmenso y maravilloso caleidoscopio.

Bueno, ojalá tuviera más tiempo para seguir hablando contigo, pero lo cierto es que va siendo hora de que me vaya, espero verte antes de coger el tren, aunque sé que esta vez no vendrás a despedirme y pedirme que me quede, pero quién sabe, quizás algún día vuelva para quedarme.

 

Por cierto, ¿has visto aquella ave que vuela en círculos sobre nosotros desde hace un rato? Me pregunto qué pensará y si habrá reparado en nosotros. Qué envidiable libertad.

Comparte con tus amigosTweet about this on Twitter
Twitter
Share on Facebook
Facebook