Olivos del cielo

[Lidia Vega]

“¡Viejos olivos sedientos

bajo el claro sol del día,

olivares polvorientos

del campo de Andalucía!”

Exclamaba Antonia, citando el inicio de su poema favorito de Antonio Machado mientras observaba los hermosos olivos que la saludaban desde el campo. Lo único que la separaba de ellos eran la ventana y la vejez. Con 96 años caminar le resultaba muy agotador, por lo que su hija, María, decidió que era mejor que dejara de hacerlo y que se mantuviera en reposo dentro de la casa, y por lo tanto, no salía desde hacía casi un año. Sin embargo, Antonia soñaba con poder volver a pasear alrededor de los olivos, recoger sus hojas, tocar sus troncos y sentir su energía tan pura.

Vio a lo lejos a su pequeña nieta, regresando muy contenta de la escuela, disfrutando, como ella solía hacer, de los árboles, sus frutos, sus flores y de todo lo que representaban no solo para ella, sino también para su familia, la tierra española y el mundo entero. Esperó hasta que Josefa entrara a saludarla. Tenía un plan que estaba en su mente desde hace tiempo, pero sabía que ya era hora de ponerlo en marcha y que su nieta era la indicada para ayudarla.

¡Hola abuelita! –gritó Josefa alegremente anunciando su llegada y abrazando muy fuerte a Antonia como hacía todos los días.

Abuela y nieta empezaron a conversar. Josefa contó lo que hizo a lo largo del día, haciendo énfasis en su caminata hacia la escuela y de regreso porque esta era su parte favorita del día, ya que compartía con su abuela el gran amor de caminar por los campos y de disfrutar de lo que crecía en ellos. Después de hablar durante una hora, Antonia decidió contarle a su nieta que moría por regresar a sentir las suaves aceitunas que aún estaban conectadas a sus ramas, por admirar el trabajo que hacían las almazaras y recordar de dónde viene su líquido dorado favorito.

–Necesito que me ayudes a volver –dijo esperando ayuda de su nieta.

Josefa no lo dudó ni un segundo y pidió todos los detalles que necesitaba para llevar a cabo el regreso exitoso de su abuela a su lugar favorito de todo el mundo. Así, decidieron que al día siguiente, apenas Josefa llegara a casa de la escuela, se escabullirían por la puerta trasera de su casa y harían el tan esperado recorrido de Antonia.

La noche fue interminable, Antonia no podía creer dónde iba a estar en unas horas y rogaba para que el tiempo pasara más rápido. Se durmió muy tarde y despertó muy temprano, la emoción la mantenía despierta. Mientras Josefa salía de casa analizaba minuciosamente cuáles eran los mejores caminos para llevar con cuidado a su abuela en su silla de ruedas, que estaba ya un poco desgastada.

Y llegó el momento. Josefa llegó a casa algunos minutos antes de lo normal, y fue directa a ver a su abuela, quien con una sonrisa la esperaba en la puerta de su habitación para salir lo antes posible. Al principio fue un poco complicado. Tenían que atravesar toda la casa para llegar hasta la cocina donde se encontraba la puerta trasera de la casa sin ser vistas para no levantar sospechas, pasar la silla a través de la estrecha puerta y lo más difícil, bajar los dos escalones que separaban el piso de la casa de la tierra. Cuando lograron hacerlo Antonia se llenó de una inmensa paz y felicidad que no sentía hace mucho tiempo, lo habían conseguido, solo tenían que avanzar unos metros y llegarían por fin a las tierras de su corazón.

Hasta que llegaron. Una suave brisa recorría el cuerpo de Antonia, podía escuchar el sonido de las hojas que decían su nombre, admiraba encantada tan de cerca lo que había estado viendo desde su ventana desde hace tanto, lloraba mientras venían a su mente los  recuerdos de ese increíble mar de olivos y de las filas interminables que estimulaban todos sus sentidos.

Después de un largo paseo de varias horas durante el cual la sonrisa de Antonia no había desaparecido ni por un segundo, hizo una última petición a su nieta, que a pesar de que estaba cansada no podía estar más feliz por haber traído tanta felicidad a su abuelita.

–Mi querida Josefa, vamos a la cima de esa colina –pidió señalando a una pequeña colina muy verde con un majestuoso olivo en el centro de esta.

Josefa, con una sonrisa, asintió y empezó a empujar la silla lentamente en dirección a la que señaló su abuela.

Al llegar a la cima, Antonia se quedó contemplando el árbol durante un muy largo rato en silencio hasta que empezó a hablar. Le contó a su nieta que ese era su árbol, su olivo,  que desde que lo vio sintió una conexión con él y que era muy especial para ella desde hacía mucho tiempo. Que desde que era muy joven se sentaba en sus raíces cuando estaba triste, cuando estaba feliz, mientras leía un libro, para ver el atardecer o simplemente para pasar el rato.

Antonia tomó la mano de su nieta y sorprendentemente se puso en pie como no hacía hace mucho tiempo, dio unos cuantos pasos y abrazó a su olivo, luego se recostó en su tronco y cerró los ojos.

Pasaron varios minutos que se convirtieron en horas, se estaba haciendo de noche y Josefa decidió que era momento de despertar a su abuela para volver a casa a cenar. Además, por el largo tiempo que habían estado ausentes, era muy probable que los padres de Josefa hubieran notado que no estaban ahí, y ella no quería preocuparlos.

–Abuelita, es hora de irnos –susurró mientras sacudía ligeramente su hombro. Pero no hubo respuesta, volvió a decirlo, pero esta vez más fuerte, pero tampoco hubo respuesta. Josefa comenzó a preocuparse, siguió insistiendo pero seguía sin haber respuesta alguna.  Fue corriendo a buscar a sus padres, atravesó todo el campo, las filas de olivos, llegó a su casa y llorando les contó lo sucedido. Sus padres corrieron hacia el olivo pero no hubo nada que hacer, Antonia estaba dormida para siempre. Josefa se sentía culpable, no debió ir sin permiso de sus padres, pero ellos la consolaron y le explicaron que gracias a ella, su abuelita cumplió su sueño, su último deseo se hizo realidad gracias a ella.

Así es como un tranquilo día de noviembre Antonia cerró los ojos para siempre, y por siempre estaría al lado de su árbol, de su olivo, de aquello que amó durante toda su vida.

Y Josefa visitó el olivo todos los días, recordando las dulces palabras de su abuela cada vez que se refería al campo, a los mil senderos de olivos, a lo mágico que era el aceite de oliva y la forma en la que este se producía y al amor que sentía por él.

Y estaba segura que ella desde el cielo la abrazaba mientras corría en interminables campos de olivos en el cielo.

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