La cena en Emaus

[Marina Arcemisbehere]

1-

Un tipo camina por Emaus. Va harapiento, sucio. Otro corre por la playa en Porto Ercole, desgarbado y herido. Si no existiera el tiempo podríamos suponerlos contemporáneos. Galácticos.

Uno está resucitado después de tres días. El otro le escapa a su destino luego de haberle cortado el pene a un desgraciado. Busca el perdón papal. Un juego de palmas terminó con un asesino y un asesinado. Uno tiene el don de la palabra. El otro el de la pintura. Ambos viven rodeados de putas, amigotes y ladrones. Se codean con lo mejorcito de su sociedad. A uno lo llamarán el Hijo del Hombre. El otro simplemente será Caravaggio.

 

2-

Pronto será Agosto otra vez. Cerca de Milán, en Caravaggio, Miguel Angel Merisi se prepara para el resto de su vida. Se va a Roma. Lleva lo puesto y algo más: envuelto en las calzas de aprendiz de pintor tiene su recipiente de aceite. Camina por esos olivares sin anillos… Casi prehistóricos. Imposible medirles la edad.

Caravaggio será el primero de los modernos. El primero de los pintores oscuros.

No va a llegar a los cuarenta. Al otro –dicen– lo mataron a los treinta y tres.

 

3-

El Monte de los Olivos era su lugar preferido. Es un valle fértil. Encantador.

Ahí cayó preso. Roma no va a perdonarlo. Es una medusa en celo: acechando a los que no encajan. Jesús lo sabe. De alguna manera precipita las cosas. Provoca los acontecimientos.

 

El pintor se pasea con su puñal. Algunas veces le suma un sable. Borracho, suele terminar su día en duelos callejeros. Irrita.

Ya sabemos que Roma no va a perdonar. O sí. Después de castrar al “signorino” aquel y escapar al Monte Argentario en La Toscana, cae atolondrado de fiebre y malaria. O sífilis antigua. O algo.

El perdón del Vaticano llega tarde. Pero llega.

Encontraron hace poco sus restos en un osario común.

El Hijo de Dios elije el vallón de olivares para ascender a los cielos bajo una mirada incrédula, muda y naturalista. La promesa de una vida fuera de la tierra se proyecta.

Caravaggio entrevera sus pigmentos con aceite de oliva. Se ayuda con su puñal para mezclarlos.

“Sin esperanza, sin miedo”, dice el mango gastado. Como en mantra.

 

4-

Y de pronto la noche se volvió pintura. De modelos tenía a todos los malandrines, prostitutas, homosexuales y callejeros involuntarios.

Y estaba “Lena”. La otra Magdalena.

Maddalena Antognetti murió antes que Caravaggio. Esperándolo. Era una cortesana que frecuentaba algunos círculos de poder.

Y al pintor.

Fue su modelo en muchas obras generando escándalo. Esas pinturas fueron llevadas al purgatorio: no se podía permitir que una prostituta se haga pintar de Virgen María y con esa carita adornar los altares del Señor.

En agradecimiento, él le untaba la piel con el óleo dorado traído de su pueblo.

María Magdalena lava con lágrimas los pies de su Señor. Hacia fines del año 1500 los siete demonios que le sacó a la mujer del vientre renacieron en el andrajoso pintor. Hoy sería tratado por ADD.

 

5-

Los dos apóstoles hacen un alto para cenar camino a Jerusalén. Se les suma al convite un pelilargo que escucha los lamentos de estos seguidores que quedaron huérfanos. El Imperio ha eliminado a su profeta.

La mesa pintada parece una del Bar del Campidoglio. Los comensales también.

La luz se centra en este joven. Toda la tensión está ahí. Los peregrinos se dan cuenta que el Hijo de Dios está frente a ellos, resucitado.

Como en una obra de teatro negro, las figuras de “La cena en Emaus” se recortan del fondo oscuro. Absoluto.

Hay pobreza, arrugas, mugre.

El rostro del renacido consigue esperanzarlos. No lleva ceño fruncido.

Caravaggio sólo vuelca su fe en lo que pinta. Lo que vive es otra cosa.

La escena parece sacada de un Lachepelle. O de una fotografía de Marcos López.

Volverá a ser otoño y los vecinos del maldito se estarán preparando para extraer el aceite de las olivas.

En la mesa representada hay unos panes por compartir. Sólo hay una jarra, pero no hay vasos, ¿vino o aceite?

Los trapos del que promete vida eterna se destacan de las ocres telas de los que están convencidos o por convencer.

Así creeremos definitivamente que el ánimo se viste de verde aceituna.

 

6-

Saturno era el Dios de la agricultura. A él le encomendaban los romanos las cosechas.

Las siembras daban cuenta de los días y del paso del tiempo. Las estaciones brindan sus frutos. Había fiesta para el invierno o primavera, alegres con una buena recolección.

Para los griegos, Saturno era el Dios Cronos que devoraba a sus hijos.

Como Caravaggio, Cronos/Saturno castró a otro hombre. En el caso del mito, la víctima fue su padre. Comía a su descendencia para no sufrir lo mismo.

El pintor muere lejos, en esa playa del año 1610.

Cuatrocientos años después sabemos que se insoló corriendo un barco escurridizo que lo regresaría a Roma para que el representante de Dios en la tierra lo perdone.

Las tropas españolas controlaban esa costa. El saturnismo le envenenó lentamente las tripas. Murió con sus pinturas posteriormente robadas por los soldados. El plomo en su sangre fue letal. Comía encima del lienzo fresco.

Donde había nacido Merisi siguen festejando Las Saturnales en los días previos a la Nochebuena cristiana.

Todavía rinde sus frutos celebrar al politeísmo.

 

7-

Con óleos y perfumes, el que nos vino a redimir sacramenta a sus seguidores. La mezcla es un misterio.

Caravaggio también tiene sus secretos. Como todos.

El brillo y la luz en sus pinturas (aún en lo oscuro de la concepción) se lo daba ese ungüento que lo acompañó en el primer viaje, cuando salió de la comarca para convertirse en el fantástico macarra del Barroco.

Su tribu también hace gala del acto litúrgico: tal como enseñó Isis, cultiva el olivo.

El Espíritu Santo bendecirá a esas almas. No alcanzarán los aceites sacros para la extremaunción del hijo pródigo. Tampoco para el otro.

No importa.

Ellos ungieron en vida –en cada una de sus muchas vidas– lo terrorífico y desafiante de la creación. De lo misterioso del acto creativo.

Los pies de Lena, la virgen de sus cuadros, agrietados de posar, hinchados y adoloridos se impregnan con el baño brillante y viscoso. El masaje aplaca el ardor.

La anchura de sus tobillos parece lo fornido del tronco de las oliveras con su pelo de plata, retorcido y copero.

Se hace inabarcable en un abrazo. Por eso hay que rodearlo y darle dos. A Lena también.

La salvación eterna parecería estar en sus frutos.

En toda la humanidad y en el arte. También en la naturaleza. ¿Cómo se llama lo milagroso de hacer un mundo de la nada?

Los cuadros, los frutos, los milagros.

 

8-

El tipo que está en la escena de Emaus se sienta y acomoda las manos predicando. Le acaban de embardunar los pelos con aceite que el pintor deja descuidado sobre la mesa, en el recipiente.

Caravaggio ordena silencio y quietud. Son muñecos con los cordeles cortados. Estáticos durante horas.

Afuera, la vida sigue purificando su curso, creciendo como una sombra de árbol longevo, como en un fondo de telón oscuro que está listo para abrirse a la espera de un misterio.

Comparte con tus amigosTweet about this on Twitter
Twitter
Share on Facebook
Facebook