Aceite virgen, aceite esmeralda – Moses
[J. T. Milan]
Aquella noche la pasamos ocultos en unas cámaras secretas bajo la sinagoga. Fue el viejo rabino, el que me había enseñado a observar el firmamento y navegar, el que nos dio cobijo… Me buscaron por todo el pueblo hasta el amanecer con antorchas y gritos… salieron por las veredas, pensando que habíamos huido aquella misma noche… Lo cierto es que estuve convaleciente varios días, cuidado por mi familia… en silencio. Tengo memorias “vahídas” de aquella noche aciaga. Ni siquiera recuerdo cómo llegamos a aquel refugio, pero sí las manos tiernas de mi madre, que en adelante se llamaría Nahara, así como mi padre sería Atar. A mis hermanos también les cambiaron el nombre… a mí, como en el pueblo todos me conocían como Tazim… me dejaron ser Moses… Moses Ben-Atar: Mi viejo nombre con su nuevo apellido… Mi cuerpo pulsaba, con moratones y heridas, una fiebre que me hacía delirar. Y entre aquellos pensamientos Jazeera siendo apedreada. Mamá me contó que estaba viva… que había escapado… pero yo la recuerdo allí… inconsciente bajo nuestro olivo mientras yo, inmovilizado por brazos y muslos, gritaba su inocencia intentando entre los golpes llegar hasta su cuerpo. Aún siento la rabia… la impotencia. Me ataron con sogas a un mulo… y entre aquel dolor físico me desmayé. Durante aquellos días que vivimos bajo el suelo, mis padres decidieron que no abandonaríamos la Sefard…, mas sí Al-Andalus. Comenzamos otra vida en el norte, en uno de los reinos cristianos… No era la primera vez que nos veíamos obligados a empezar… y aunque no sabemos cómo sucedió todo aquello… sí supimos que al poco los demás judíos también marcharon del pueblo. Mi padre me culpaba de haber empezado aquella disputa, que terminó con la muerte del rabino y otros sacerdotes. Cargó a mis espaldas sus asesinatos y la desventura de aquella villa, en la que durante tantos años habíamos convivido con los árabes. Mi madre, por el contrario, me calmaba diciendo que el destino era inevitable, que las revueltas ya habían comenzado por todo Al-Andalus. Me consolaban sus palabras, pues, bajo su opinión, mi relación con Jazeera no fue sino una excusa para levantar cizaña entre los vecinos. Quizá la primera de muchas… hasta que la aljama se vació. Es triste ver cómo aquellos que vivieron en cierta armonía se convierten en enemigos fieros… Jazeera siempre estuvo apartada en su palacete, junto a su molino. Pero yo conocía a los jóvenes del pueblo… Teníamos amistad… pese a que ciertos temas fuesen prohibidos. Cierto es que, cuando comenzamos a dejar de ser niños, las familias tiraban hacia adentro. La tradición nos cargaba con nuevos menesteres… y no había de donde sacar tiempo para justificar las juntas. Si bien, aquello nunca implicó odio… Aquella noche, no obstante, lo cambió todo. Tras unos días, ya más recuperado de mis lesiones —pudiendo andar erguido—, nos alejamos del que había sido nuestro hogar… Huyendo como furtivos bajo la luna llena, caminando largo rato en silencio y aprisa hasta que en el cortijo de uno de los clientes de papá nos facilitaron unos caballos… Y así marchamos varios días hasta cruzar la frontera; siempre en busca de olivos. Era necesario, pues la experiencia de Atar, como la de todos nuestros ancestros, había sido el comercio de aceite… Y comenzamos de nuevo… como según mamá lo había hecho generación tras generación, siempre sin un lugar fijo… siempre esperando que Yahvé nos protegiera de allá para acá, hasta que con suerte, en unos años, se cumplieran las profecías. Rezaba para que aquello sucediera… pero rezaba con más fuerza por Jazeera, con la esperanza de que hubiera sobrevivido, orando a nuestro dios para que hablase con el suyo, y para que éste la salvaguardara de todo mal. La imaginaba contenta y riendo, leyendo sus libros. Pedía que toda la culpa recayera sobre mí… Me gustaba pensar que ya vivía con alguien que la estimase tanto como yo. Borré aquel cuerpo tirado sobre nuestro olivo e inundé mi mente con todos los momentos felices. Sintiéndome dichoso de haberla encontrado; complacido por tantos ratos alegres, por tan variadas conversaciones, y por tan incontables bellas miradas. Nadie nos podría quitar eso… y pese a que por obediencia debiera sentirme arrepentido de haberla siquiera conocido… nuca fui capaz de hacerlo. Jazeera fue un regalo, el más hermoso de mi vida. Si Yahvé era tan justo como contaban… me parecía imposible que no entendiera mis sentimientos… pues estos eran dulces, tan puros y sosegados como el agua de un riachuelo deslizándose sobre cantos de miel.
Uno de mis hermanos era ya experto con el torno, mas yo nunca dejé de crear. Fue así como una noche sin luna, mirando las estrellas… una sensación amarga me invadió. Me había convencido de que Jazeera sobrevivió aquella noche… Creyendo a ciegas a mis padres…, pero si realmente sobrevivió… ¿Sabría ella que yo lo había hecho? ¿Cómo había sido tan egoísta de vivir en mi deleite sin caer en la cuenta de aquello? ¡¡Lo más probable es que creyese lo contrario!! Comencé a dar vueltas como loco, vagando por las calles para encontrar la manera de… Pasaba los días concentrado en el trabajo, cerrando tratos junto a papá… pero las noches distraído, absorto, calmándome mientras modelaba el barro y miraba el firmamento desde mi ventana… La luna creciente brilló como viva… ¡y me dio la respuesta! “La estrella será nuestro nuevo olivo”, recordé, pronunciando en voz alta lo que aquella noche le había declarado… La estrella, la luna, las ánforas, el aceite… todo próximo; tan cerca el torno de mis pies como la vasija de arcilla que estaba finalizando… Dibujé el diseño sobre la misma y la cocí… Jazeera entendería con una sola mirada el mensaje… Sólo quedaba hacerlo viajar… ¿Cómo? La pregunta se contestó sola: debía crear un aceite único… No, mejor… ¡Un aceite con mi nombre!… Un aceite de calidad que por su fama llegase a los lugares más recónditos. Esperé impaciente en el salón a que mis padres despertaran.
—Padre, he estado dándole vueltas a una cosa…
—¡Qué extraño! ¿Ya has inventado, de nuevo, la rueda? —dijo con ironía.
—¡Un día la inventará! —mi madre jugó con su mano sobre mi cabello.
—Escuchadme, esta vez es algo muy… ¡Esta vez es distinto! Sólo tenéis que confiar en mí.
—No te depares más, Moses… ¿De qué se trata?
—Padre, se queja de que las cosechas mayores han depreciado el aceite… Pues bien…Yo sé cómo devolverles valor. ¡Lo compraremos más caro!
—Querrás decir lo venderemos…
—¡No! Me ha escuchado bien. Lo compraremos más caro… para venderlo a nuestro gusto…
—No te entiendo, Moses. Explícate mejor.
—Compraremos más caro el aceite a aquellos que lo elaboren a nuestra manera. No tenemos olivos, ¡pero sí proveedores! Así, yo mismo les explicaré los dos precios. Ellos se encargarán de decidir cuántos olivos destinan a cada género. Nuestro aceite será llamado “zaytum” y nuestro principal mercado el judío. Lo que le propongo, padre, es crear un aceite sagrado.
—¡¿Sagrado?! ¡Ya manchaste nuestra estirpe una vez! No mientes a “Elohim” en vano.
—No, padre. No lo entiende… Quiero decir que se habrá producido bajo nuestros preceptos… Muy pocos judíos poseen olivos en Sefard, pese a que todos lo consumimos.
—¿Y qué preceptos son esos?
—Los olivos destinados a “zaytum” serán recogidos exclusivamente por primogénitos circuncidados, conocedores de la Torá. Su recolección limitada en el tiempo: sólo durante los días de la Janucá. Llueve, diluvie o nieve… se trabajará día y noche, no pudiéndose atrojar las drupas, yendo estas directamente del árbol al molino. El proceso estará vigilado por cuantos rabinos quieran, ellos mismos sellarán las ánforas… —terminé enseñándoles el diseño de la vasija con el logotipo de nuestra estrella y la disimulada luna creciente en su interior.
—Pero Moses… ¿Pretendes que los agricultores cristianos acepten tales preceptos?
—Lo harán si se les paga lo suficiente. Las primeras cosechas no nos serán rentables, pero…
—Sé lo que procuras, hijo… mas no deja de ser una de tantas de tus imaginativas ideas…
—¡Yo compraría ese aceite a mayor precio! —dijo mamá mirado el ánfora con su estrella.
—¡Tú y cualquiera, madre! ¡El aceite no sólo será llamativo para nuestra comunidad... por su forma de producción! ¡Será un aceite mejor!
—¡¿Un aceite mejor?! ¿Un aceite cogido aprisa, e incluso con mal tiempo? ¡Moses, Moses, Moses! ¡No me hagas hervir!… ¿Insinúas que un versado diferenciaría su sabor del resto?
—Sin duda… Lo comprobarás tú mismo.
—¡Será por obra de un milagro! —rio con sorna—. Ahora entiendo que te refieras a él como sagrado… Tu historia es una ofensa a nuestra ley. No es más que una pretenciosa engañifa… y en nombre de Yahvé, nada menos. ¡Olvídate de mencionar semejante aberración fuera de estas paredes… o nos traerás de nuevo la ruina! —exclamó malhumorado.
—Padre, no se da cuenta de que la recolección, más allá de ser bella, es favorable a la calidad.
—¡Ilústrame! ¡¿En qué parte me he perdido?!
—Usted mismo se queja de que las mayores cosechas no sólo bajan el precio por la cantidad… sino por su calidad… Me explicó su hipótesis: al no dar abasto los molinos, la aceituna amontonada se fermenta, desprendiendo hasta calor… Los ocho días de Janucá coinciden bien con la maduración de la oliva… y procediendo según lo explicado, nuestro aceite sería obtenido de frutos cogidos el mismo día… ¡¡El mismo día!! —exclamé exaltado.
—Bien, Moses… Bien —susurró entrelazando los dedos para apoyar su barbilla. Respiraba nervioso, impaciente; mirando como pensaba—. Veo coherencia en tu razonamiento… De negarte… entraría en contradicción con mi propio conocimiento de la ciencia del olivo. Así mismo, me enorgullece saber que aprendes bien y que me escuchas… pues para tu edad sigues siendo bastante despistado, demasiado disperso…
—¡Vamos, Amat! Lo que tú llamas disperso no es más que su esencia entusiasta y creativa… Quizá cuando lo consideramos embelesado, pareciendo que no hace nada… haga más que cuando lo creemos provechoso y activo… —suspiró mi madre con orgullo.
—¡Gracias, madre! Y usted, padre… ¿qué piensa?
—Pienso que sueñas demasiado… Mas si te has de despertar… ¡Que sea por ti mismo!
Entendí aquello como un sí. Y lo entendí bien, pues Amat estuvo dispuesto a financiar mi idea. Expuse los preceptos a nuestros proveedores, algunos cedieron… otros no. Sabía que no sería cosa de un año ni cuatro… mas trabajé con el ahínco de la hormiga y la alegría de la cigarra… Era innegable que mi aceite poseía mayor calidad. Cosecha tras cosecha fue extendiéndose su fama, elevándose su precio e incrementándose su producción… llegando a sobrepasar todas las expectativas de mi padre. Algunos agricultores construyeron molinos exclusivos para el “zaytum”… y pelearon por contratar durante esos días a los muchachos que cumplían los requerimientos, pagándoles la hora a precio de oro… pues “zaytum” era crédito seguro y beneficio creciente. Puede que nada hubiese sucedido sin el buen quehacer de mi padre, pues tal cual era mi deseo, su venta traspasó el ámbito judío, extendiéndose el rumor de que era el aceite predilecto de los reyes… Y no eran habladurías… “Zaytum” era considerado el mejor aceite de la península… Se revendía varias veces llegándose a pagar en última instancia cantidades desorbitadas por él… Comenzaron a surgir copias malas… El estado de preocupación de mi padre y el mío divergían… pues aquellas réplicas eran cuidadosas con la estrella y su luna; esto es, pese a contener aceite de menor calidad, las ánforas eran difícilmente distinguibles… “No hay aceite sagrado para tanto santo”, refunfuñaba mi padre mientras sonreía yo… pues eso implicaba que mi logotipo se extendía a lo largo y ancho de la península… y a mucha más velocidad que nuestra producción. Mi corazón relinchaba con dicha creciente hasta que un día… Fue en una cena con Don Rodrigo, uno de nuestros más notables clientes. Un noble de alto rango, muy amigo de su rey. Nos hizo saber que en Al-Andalus habían creado un aceite de oliva nuevo, exclusivo… y diferente a todo lo que hubiésemos probado. Uno de sus sirvientes trajo un platillo de loza blanca sobre la que brillaba una fina capa de meloso verde.
—Lo llaman aceite esmeralda —nos dijo invitando a su degustación.
—¡Ese aceite no es de oliva! —exclamó mi padre sin intención de probarlo.
—Lo es… Pero no de olivas cualquiera… Su proceso de elaboración es fascinante. “Zaytum” tiene una calidad abrumadora… más vuestra calidad se condensa en ocho días… Éste requiere de mimos vírgenes durante todo el año.
—¿A qué se refiere? —le pregunté intrigado.
—Me refiero a que es el aceite más puro sobre la faz de la tierra.
—¿Qué entiende por pureza? —preguntó mi padre.
—¡Lo que entendemos todos! —alzó la voz Don Rodrigo—. Si en algo están de acuerdo las tres religiones… es en eso. No ya la recolecta y el cuidado… sino la mismísima tierra está fuera de toda mácula. Los árboles crecen sobre un suelo que sólo es pisado por inocentes doncellas con pies descalzos... y sus frutos cogidos con sus manos desnudas. Durante todo el año está vetado el paso a cualquiera que no sean ellas…
—¿Doncellas árabes?
—Sí... ¡Mas doncellas son!... ¿No me creen? ¡Pruébenlo! —Nos llevamos el dedo a la boca y ambos quedamos sorprendidos. Era, indiscutiblemente, aceite de oliva… de un sabor intenso y afrutado… embriagador.
—¿Notan cómo respiran mejor? Notan cómo les abre la boca y la nariz para que salga el espíritu a su encuentro —intentó explicar lo que la degustación producía.
—¡Ha de estar mezclado con menta! —dijo mi padre irritado por la belleza de aquel sabor.
—¡Bien sabe que no! —respondió airado Don Rodrigo— ¡Moses Ben-Atar, ¿qué piensas tú?! ¿Que es un engaño? —quedé mudo—. ¡¡Mire a su hijo!!… Tanto dura en el paladar que aún está extasiado. Si como usted dice es una farsa, una mezcla con hierbas… ¡Replíquelo! ¿Podrá hacerlo?... ¡Quiero este aceite! —suspiró Don Rodrigo lamentándose.
—Cómprelo, pues —balbuceó mi padre, resignado.
—No lo entienden… ¡No hay!… No pasa la frontera de Al-Andalus… Se lo quedan todo ellos… ¡y aun entre ellos se pelean por él! Soy uno de sus mejores clientes… no dejaré de comprar “zaytum”… Lo que les pido es que produzcan también este, aunque sólo sea para mí... —acabó con los ojos brillantes y perdidos en sus recuerdos.
—Don Rodrigo, necesitaría estudiarlo… ¿Podríamos llevarnos un poco?
Asintió, pidiendo a uno de los sirvientes que trajera el ánfora… Y fue entonces, en aquel preciso momento, cuando vi la estrella de cinco puntas bordeada por la luna menguante y su sin igual caligrafía sobre la cerámica… Quedé lívido, afónico, durante unos segundos…
—¡Puedo replicar ese aceite, pero necesito cotejar su veracidad! —exclamé férvido.
—Es por ello que os doy una muestra…
—No. Es usted ahora el que no me entiende, Don Rodrigo. Necesito saber la procedencia, el lugar exacto en el que se produce… ¡Tengo que ver esos olivos!
—¡Ah, Moses! Dicen que son tan maravillosos que resplandecen sobre los demás… Cuentan que son más verdes y frondosos… y que cuanto más tiempo han tenido (a) las damas a su servicio… más y mejor producen… llegando a echar uno lo que veinte…
—Bien, si es así… ¡quiero verlos! ¿Dónde están?
—¡¿Quién, bien, lo sabe?! Lo mantienen en secreto —dijo sacando un plano de la península y señalando varias zonas— Hasta donde he podido averiguar es por aquí… en lo más profundo de Al-Andalus, entre montañas… aunque otros los sitúan al este… ¡Se contradicen!
Aquella misma noche me despedí de mis padres y hermanos. Yabal no huiría hacia el este… De entre todos, el lugar de “Jayyān” que me señaló era el más propicio para renacer con nuevos nombres e identidades. El límite con unas sierras casi deshabitadas… de muy difícil acceso y población exclusivamente árabe. Pocas veces me ha fallado la intuición… y en este caso, tanto la lógica de la mente como el hambre de las tripas señalaban a un mismo lugar.
—¿Moses, por qué tienes lágrimas en los ojos? —me preguntó mamá mientras la abrazaba— . Si todo va bien volverás… ya sabiendo cómo hacer el aceite verde…
—No, madre. Si todo va bien… —miré a mi padre. Él sabía perfectamente el porqué de mi decisión—. Creo que he devuelto con creces lo que hice perder a nuestra familia. “Zaytum” siempre será un buen aceite… Para mí el más sagrado, pues en su cerámica estarán vuestros dedos… que irán creciendo fuertes —les dije tocando la barriguita al menor de mis hermanos—. No dudéis que lo disfrutaré pensando en vosotros allá donde esté, allá donde me encuentre… y que mientras en él vea la estrella… sabré que estáis bien.
Moví las riendas mordiéndome los labios, con el rostro mojado de agua-sal y la nariz gotosa… Conforme el caballo galopaba el viento lo fue secando… fortaleciendo mi decisión, pues como buenos padres su felicidad era la mía… y hacia ella cabalgaba. Varios días tardé en llegar… Eran ciertos los rumores… Una campiña de olivos inmensos y fuertes, altos y voluptuosos, sobresalía sobre el resto pese a estar lindando con el monte. Había, sin duda, encontrado el lugar. El sol se iba poniendo conforme me acercaba a aquella floresta majestuosa y al pequeño poblado blanco que la custodiaba en la ladera. Hice las preguntas pertinentes, mas, como sospechaba, nadie tenía conocimiento de una joven llamada Jazeera…
—Quizá busques a Khadra, pero hoy no la encontrarás aquí… las noches de luna llena se va al “vergel” a señalar el tronco de los olivos con su marca… y ese prado no lo puedes pisar, y esas ramas no las puedes rozar… ni tú ni nadie… sólo ellas; mas si lo que quieres es aceite verde… te llevaremos a hacer el trato. Ella no se encarga de temas menores… Tú no has, ni siquiera, de verla.
Así hicieron y después vigilaron mi salida del pueblo. Pero el verdadero trato, el que los demás no vieron, lo cerramos entre dos… Estaba supeditado a Khadra, así pues, ella decidiría… Esperé a que la villa durmiera para entrar en la tierra vetada. Ni mis pies tocaron el suelo ni mi cuerpo las copas. Avancé, sobre el caballo, en silencio. Las hojas de aquellos olivos brillaban como luciérnagas de malaquita. Su oscurísimo verde a la luz del sol, parecía, ahora, fosforescer bajo la luz blanca de la luna. Y bajo esa misma luz la encontré… La luz eterna, eterna, eterna, que tantas veces nos había alumbrado.
—¡¿Quién anda ahí?! —preguntó sin girar la cabeza… cincelando su estrella en un troco.
—Vengo a hacer un trato.
—¡Márchese! ¡Usted no puede estar aquí! Ni se le ocurra bajarse de ese caballo… ¡Sus pies no han de pisar esta tierra! —expresó su malestar al escuchar una voz masculina.
—Ya me han advertido… Mas, si un caballo es una criatura de dios… ¿No lo soy yo, acaso?
—Los animales no odian ni son crueles. No matan por dinero, ni por religión… actúan según están hechos, movidos por su instinto… que es el arma que se les dio para sobrevivir.
—Tampoco aman con la fuerza de las personas…
—¿Amar? Las personas no aman… desean.
—Yo conocí a una que amaba…
—¡Por favor, váyase! No es este lugar para discutir… Ejerza como buen caballero —requirió.
—Mas, tengo un encargo. Su padre me ha dicho que cierre con vos el trato... Le he prometido que le ofrecería este caballo y a su jinete para escoltarla hasta el mar.
—Se equivoca, sin duda. No necesito jinete, ni escolta… tengo mi propio caballo —dijo orgullosa… Sonreí al comprobar lo poco que había cambiado.
—Vaya, pues, a por él… y cabalgaremos juntos…
—Señor, con todo mi respeto… ¡Se equivoca! No soy yo a la mujer que busca…
—Dígame su nombre, pues…
—Khadra.
—Me equivoco, sin duda… El padre del que hablo me ha ordenado preguntar por Jazeera.
Temblando, dejó las herramientas y se levantó. Giró su rostro… Nos miramos fijamente, y en un instante ambos sentimos lo que el otro sentía, intactos, como la primera vez. Nuestros ojos se encontraron bajo aquel olivo, bajo la misma luna, como tantas noches lo habían hecho años atrás.