El Aceite de Oliva
[Vanesa Abelairas Calvo]
Yo vivía en un pequeño pueblo de la provincia de Jaén, con mis abuelos maternos y mis padres.
En nuestra finca recogían alfalfa para mantener a unas pocas ovejas, cabras y a dos vacas, teníamos una huerta y unos olivos que apenas cubrían nuestras necesidades.
Mis padres tomaron la decisión de emigrar, dejándome siendo muy pequeño a cargo de mis abuelos.
Para mí todo era felicidad, salía al campo con mi abuelo a coger alfalfa y aceitunas, y perseguía con mi perro Chusqui a los conejos y a los pajaritos.
Mi abuela me contaba que mis padres vendrían para llevarme a la escuela, donde aprendería mucho, pero yo no me imaginaba otras cosas aparte del campo, las flores y las olivas.
Un día vi a mi abuelo prensando las aceitunas de las que salía un líquido dorado.
Empecé a preguntar y mi abuelo me contó que aquello era aceite, que empezó a cultivarse en Egipto, Grecia y los Romanos lo trajeron en vasijas a Hispania, desde entonces sus beneficios y virtudes se extendieron por todo el mundo. Me quedé pensativo y me propuse dedicar mi vida al estudio del aceite.
Comencé a ir a la escuela del pueblo por las mañanas y el resto del día lo dedicaba a jugar y a ayudar a mis abuelos.
Mi abuelo, con el dinero que sacaba del ganado y de los quesos que hacían, había ido comprando otras fincas en las que plantaba más olivos.
Una mañana vinieron unos hombres con unos palos muy largos para recoger las aceitunas y llevarlas a la cooperativa donde le extraían el aceite.
Un sábado mi abuelo se puso la ropa más elegante y me dijo:
–¡Corre y dile a la abuela que te ponga guapo, que nos vamos a ver cómo se hace el aceite!
Llegó un señor y nos recogió en un coche. En la cooperativa nos recibieron otros señores con batas blancas y uno me dijo:
–¡Ven conmigo!
Mi abuelo se quedó con las otras personas.
Me enseñó todos los procesos; el lavado de las aceitunas, cómo los operarios las escogían, los molinos y las prensas de donde salía el aceite que llamaban oro líquido. Luego fui a un sitio donde unos hombres probaban el aceite en vasitos pequeños y apuntaban en unas libretas, allí me explicaron que eran catas para saber la calidad, la acidez y las propiedades del aceite. Me regalaron una pequeña botella de aceite, unos globos, pegatinas y unos llaveros, me fui corriendo emocionado donde estaba mi abuelo y le enseñé todos mis regalos.
Al llegar a nuestra casa encontramos a mi abuela triste con los ojos llorosos.
Le pregunté qué ocurría y sin decirme nada me dio un fuerte abrazo, mi abuelo me dijo que me fuera a jugar y yo salí de la habitación pensado que algo ocurría. A la hora de la cena, mis abuelos me explicaron que mi papá se había ido al cielo y que pronto volvería mi mamá. Yo sentí como pena y preocupación al mismo tiempo porque pensaba que mi mamá me iba a llevar con ella y yo no quería dejar a los abuelos.
Pasaron los días, yo seguía con mi rutina, hasta que en el mes de mayo me encontraba jugando con Chusqui y sentí llegar un coche; rápidamente me escondí detrás de un montón de leña, desde donde observé quién se bajaba del vehículo sin que me vieran. Apareció una señora, que era la mujer más bella que yo había visto nunca, miró a su alrededor como buscando algo. Rápidamente mi abuela la abrazó y mi abuelo también llegó corriendo y se fundieron en otro gran abrazo, le ayudaron a sacar las maletas y se despidieron del chófer.
De repente, oí la voz fuerte de mi abuelo, llamándome.
–¡Manuel, ven!
Yo me quedé quieto, y mi corazón latía rápidamente.
–¡Manuel. Manuel, ven!
Yo me acerqué poco a poco, como si mis piernas fueran de plomo. Nada más que ella me vio, me abrazó y me dijo:
–¡Hijo, por fin!
Yo la cogí de la mano y me quedé quieto a su lado. Acto seguido entramos para la casa, mis abuelos y mi madre se pusieron a hablar, yo contaba todo lo que me dejaban, pero ellos ensimismados no me hacían mucho caso.
Al día siguiente mi madre y mi abuela me acercaron a la escuela, y todos mis amigos me preguntaban quién era ella, a lo que yo respondí con orgullo que era mi mamá.
El fin de semana acudimos todos al mercadillo, donde todo el mundo se paraba a saludarla, y yo los miraba sorprendidos.
Mi madre trajo mucho dinero de los años de emigrante, con el que compró varios pisos en Jaén y ayudó a mis abuelos a arreglar la casa familiar.
Los años pasaron y empecé mis estudios en la universidad de Jaén, finalizando con un master en Olivar y Aceite de Oliva.
En mi vida profesional, aprovechando las fincas de mis abuelos, hice una plantación mayor de olivos con diversas variedades como la Picual y la Manzanilla. A su vez di conferencias en centros educativos y diversos foros, contando los diversos tipos de aceite, y dando un dato que pocos saben, que el aceite de oliva envejece.
Al igual que el aceite envejece, mi familia también envejeció, pero el oro líquido siguió corriendo a través de nosotros de generación en generación.