Fiel amigo en la cocina

[Felipe Andrés Vergara Unda]

Recuerdo aquel día cuando por primera vez lo usé. Fue un producto novedoso, aunque bastante caro. De sutil sabor y muy elegante.

Recuerdo además las sabrosas ensaladas que solía preparar con él, o aquellas frituras que eran sabrosas al usar este deleitante producto.

Cien por ciento virgen, más bien refinado y muy agradable al paladar. Lo compré a un alto precio.

Aquella vez rocié las hojas de lechuga y tajadas de tomate puestas sobre un bol, con un suave toque de aceite de oliva. Unas hierbas encima y sal, serían la mezcla perfecta. Le agregué a esto jugo de limón y revolví la ensalada para luego servirla.

Los comensales me dijeron, a través de comentarios, que la ensalada de tomates con lechuga estaba exquisita. Un gran sabor, un sutil aroma, una delicada sensación y un gusto a aceituna que deja saciado a quienes prueban este aceite. Era una maravilla al paladar.

Sin duda, como chef me ganaba el prestigio de cocinar con aceites refinados, y por qué no decirlo, con aceite de oliva.

Al día siguiente, abrí la botella. Rocié una sartén con un suave chorro. La coloqué más tarde sobre el fuego, esperando a que éste estuviera caliente o más bien, que adquiriera temperatura. Una vez así, coloqué los filetes de reineta sobre éste, esperando a que se doraran por ambos lados.

Sazonados con sal, tuve que ir dándoles vuelta una y otra vez, hasta que estuvieran listos.

Una vez así, los distribuí en platos, acompañados de puré o arroz blanco.

Los garzones los sirvieron en las mesas, esperando a que los comensales gustasen dicha comida. Fue una maravilla, nadie reclamó por el sabor. Al contrario, los filetes de pescado estaban deliciosos.

Y así sucesivamente seguí usando este aceite. Aunque de vasta tradición y gran prestigio, siempre me desquité por su elevado precio. Pensé sería una locura comprarlo, pero ahorraba algo de dinero para tener este producto.

Mis ensaladas de choclo con tomate o lechuga con zanahoria siempre eran sazonadas con este aceite.

¿Y qué tal un rondelle de aceitunas sobre unas delgadas hojas de lechuga, sazonadas con este aceite, sal y jugo de limón a gusto?, pensé. ¿Y por qué no?, si la idea no era mala. La puse en práctica sin queja alguna.

Busqué los granos de choclo, a los que agregué cuartos de tomate, sin semillas. Todo puesto en un bol, los sazoné con unas gotas de aceite de oliva, les agregué sal a gusto y gotas de jugo de limón. Revolví todo y serví a la mesa donde me la pidieron.

En otro bol agregué bastones de zanahoria y chiffonade de lechuga, a los que hice el mismo procedimiento. Y es que tras revolverla, despaché a la mesa de comensales que la había solicitado. Pues bien, ambas mesas quedaron a gusto con lo probado.

Me deleité mucho cocinando con este producto. De color verde musgo, aroma característico a aceituna virgen y sabor refinado, placer de paladares que a muchos deleita. Pensé sería una delicia probarlo, pero hubo quejas de parte de muchos que aquel producto tenía un sabor fuerte.

Había que sazonar las ensaladas con más jugo de limón, cosa de hacer notar los toques ácidos. O quizás con más sal, para hacer más fuerte el sabor salado de las verduras.

En cuanto a las frituras, mejor utilizar aceite de maravilla o de maíz, debido a que resisten mejor las altas temperaturas y fríen más profundamente los productos.

Con ganas de seguir trabajando en cocina, llegaba temprano al restaurante y me daban a primera hora del día la lista de menú que se ofrecían.

Tras recolectar la mercadería y hacer el mise en place correspondiente, debía seguir con mi labor y ponerme a lavar verduras y frutas, recolectar hierbas y aliños, cortar carne, deshuesar productos y desengrasar filetes. Era una ardua tarea, en la que mi amigo, el aceite de oliva, sería una parte importante de mi labor.

Un gran producto derivado de la aceituna, gran fruto negruzco que crece del olivo, árbol virgen mediterráneo que supo dar a los romanos sustento durante la hegemonía clásica.

Me dieron permiso para salir del local y poder ir a comprar más provisión de este aceite, ya que las botellas que teníamos se habían agotado.

Salí y fui al supermercado más cercano. Me sorprendió ver que había estantes llenos de este producto, de diversas etiquetas y marcas registradas, de grados de depuración variables, con toques a oliva virgen o no.

Sin pensarlo dos veces compré uno que satisficiera todas mis expectativas, uno que me diera toque y sabor, o que le diera buen gusto a mis comidas.

Me llevé una caja llena de diez botellas de este aceite. Con esto tendría provisiones como para un semestre completo usándolo, dependiendo del uso que le dé y la calidad del consumidor. Volví al restaurante con mi cargamento completo. Afortunadamente tenía el dinero suficiente como para pagar un precio tan elevado en dicho producto.

Lo recordaba con anhelo. Hoy en día ya me retiré de los rubros de la cocina. Mi labor como chef ya se ha agotado, y a pesar de estar ya jubilado, disfruto de una buena vida y de los beneficios que este aceite me supo entregar.

Además de dedicar parte de mi tiempo al deporte, consumo este producto a menudo. Aunque mi labor en el restaurante se ha acabado, sigo cocinando para mí mismo, usando este aceite como parte de mis ensaladas y aliños, o como parte de mi dieta diaria, ayudándome a prevenir ataques cardíacos o a ser obeso.

Y así fue como esta historia comenzó, hasta que tenía sesenta y cinco años, cuando decidí retirarme de la cocina y seguir mi vida como hombre solitario.

Hoy por hoy, con más de ochenta años encima, recuerdo con alegría cómo mis manos dominaban los cortes usando cuchillos, o cómo una sartén se calentaba a fuego fuerte y el aceite desprendía burbujas al estar caliente; cómo el fuego impulsaba una enorme llama al calentar productos usando el aceite de oliva, o cómo la etiqueta de este producto se manchaba con la dulce caída de una gota que escapaba de una botella mal cerrada.

Mi uniforme de cocina lo guardo con anhelo, donde más de una mancha que este amigo me impregnó quedó grabada en mi traje.

Sigo así, pensando que las aceitunas tienen un gran sabor, que de su cuesco un virgen árbol crece y que de este fruto un gran aceite se produce; el aceite de oliva, puro y sano.

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