Desarraigo

[Facundo Cafieri]

Antes de contarles esta historia quería ofrecerles mis disculpas, no soy escritor, a pesar de que es mi sueño no soy bueno, tampoco soy buen lector, amo mis libros, pero el tiempo que me tomo en leerlos es absurdo, yo les escribo porque es lo que amo, les escribo por amor al arte.

En un pueblo de España residió un hombre, sólo era eso, no fue un héroe, no fue un tirano, sólo fue humano, lo que somos todos, descendientes de Caín e hijos de lo divino, somos tan malvados como buenos, unos canallas y unos valientes, éticos e inmorales, les dejo a ustedes decidir si esta cebra es blanca con rayas negras o negra con rayas blancas.

Pierrot es el nombre del personaje dueño de mi historia, aunque podríamos decirle Dante, le tocó vivir su propio infierno en la tierra, él es una persona amable pero seria, quienes lo conocen dicen que es honesto pero tiene temperamento fuerte, no es del tipo violento y aunque es reservado, cuando está ebrio ríe mucho, jamás se casó y lo más cerca de ser amado que estuvo fue cuando una prostituta no le cobró, sin embargo el amó mucho, amaba con el corazón, amó a cada puta con la que estuvo, pues él se entregaba en cuerpo y alma, por eso al final sólo sufría.

“Mi vida no es más que una botella vacía de vodka y algunos libros, la existencia que padezco me da asco, la culpa de desperdiciar la vida me hace querer morir”.

Escribió una vez intentando ser irónico, él era escritor, un escritor fracasado, y le gustaba. Antes de vivir en España, estuvo muchos años en Estados Unidos, jamás le gustó, la toxicidad de las metrópolis lo enfermaba, odiaba el idioma, allí todas las personas eran gordas, tristes y grises, sabía que ese no era su lugar, las prostitutas y el alcohol eran su único refugio en un mar de concreto y cinismo, le daba repulsión, allí no había alma, no había arte, ni cultura ni belleza. Por eso se fue, deseaba maravillarse, porque en el fondo no era tan nihilista, tenía alma de soñador, y cada día que pasaba en su miserable vida allí lo empujó a considerar el suicidio como una alternativa, pues el mismo Sócrates dijo a su seguidor más cercano al beber la cicuta: “No olvides sacrificarle un gallo a Esculapio”. Esculapio era el dios de la medicina, Sócrates se refería a que la única cura verdadera para la enfermedad y el dolor es la muerte, total sólo sería otro desesperado que salta al vacío (por la época de 1929 había muchos de esos en Estados Unidos).

Cansado de todo esto, ahorró los míseros dólares que logró ganar como escritor y decidió irse del país, debía elegir destino, siempre le apasionó Italia, sus pueblitos costeros, la gran Roma, Milán… la belleza y el arte lo llenaban, sin embargo, un amigo suyo le había hablado de un viaje a España, le contó que era muy bonito y de sus días de turismo, dijo una palabra rara, como oleoturismo o algo así, resultó que en España, al menos en la ciudad de Jaén, se cultivan olivos, y el oleoturismo gira en torno a eso. Pierrot, quien era amante de la literatura, tomó esto como una señal, pues el olivo es una planta llena de supersticiones, leyendas y es considerada sagrada en muchas religiones. A pesar de que Pierrot no era religioso decidió ir rumbo a esa ciudad, en busca de la suerte e inspiración para seguir manchando las hojas de tinta, quería intentar dedicarse al cultivo y estar lejos del tormento de permanecer rodeado de esos hombres grises, quería escribir y dejar de sentir al diablo dándole con el rabo por atrás cada vez que la soledad lo sofocaba, quiso enamorarse de alguien decente, y al parecer las prostitutas no encajan en ese perfil según la sociedad. Cansado de todo, empacó lo poco que tenía, se dijo a sí mismo estas palabras

“Pierrot, aquí jamás hubo nada para ti, cada día que pasa sólo estás ahí, escribiendo cosas irrelevantes y tomando licor, esperando a Godot… ya no puedes seguir así, ve y busca una vida”.

Entonces salió, llevando su ropa ajada, el corazón desalineado, un andar andrajoso y una cuerda, por si la soledad le incitaba a suicidarse de nuevo (Sí, Pierrot trató de quitarse la vida cuando era joven, aunque luego cambió de parecer). Siempre se describió como un solitario bohemio, pero en realidad es sólo un suicida sin vocación.

Y se fue, cruzó el océano Atlántico dirigiéndose hacia un país donde sólo conocía el idioma, su madre era una inmigrante ilegal, y se casó con su padre para obtener la nacionalidad. Cuando Pierrot tenía 17 años, su madre murió en un accidente automovilístico, su padre, un abogado reconocido venía manejando ebrio, los demás detalles serían puro morbo, lo que importa es que éste jamás superó la culpa. ¿Qué hace un hombre después de haber ocasionado la muerte de su esposa? Primero comienza a beber y después a enloquecer; la vida del joven Pierrot se convirtió en un infierno, su padre se volvió alcohólico y lo perdió todo, Pierrot jamás le perdonó lo del accidente y su relación era tensa. El 25 de noviembre de 1923, cuando Pierrot tenía 22 años, su padre se suicidó, dejándole esta carta a su hijo:

“Querido Pierrot, quiero que sepas que te amo, y estoy seguro de que también me amas, ni tú ni yo podemos perdonarme lo de tu madre, y en este momento de sobriedad quiero decirte que siempre estaré contigo desde el otro lado. El banco amenazó con quitarnos la casa, las deudas se acumulan y no nos queda nada, hoy ya no puedo más, la vida me dejó desorientado y golpeado, te pido que no sigas mis pasos y que seas feliz; de alguna manera, evita ser yo".

Estas palabras lo marcaron, pues en el fondo quería seguir viviendo y cumplir el deseo de su padre. Nueve años después, Pierrot leyó una vez más esta carta antes de partir; cuando terminó, con los ojos empañados decidió sacar la cuerda de la valija y en su lugar puso una libreta con un lápiz. Antes de salir, dejó estas palabras escritas en un papel sobre la mesa:

“Papá, la vida no es fácil, pero no pienso rendirme, decidí irme a España ¿y sabes por qué? Para cultivar y hacer aceites de olivo, ¿¡te imaginas!? Estoy riendo y llorando al mismo tiempo, después de todo, la paloma de la paz lleva una rama de olivo en el pico, la Cruz de Jesús era de olivo, Julio César llevaba un olivo en la cabeza, las historias y los mitos son innumerables, sin embargo, a pesar de no ser religioso, me gusta la cultura. En breve partiré papá, sabes que los llevo a ti y a mamá en mi corazón, buscaré una vida feliz e intentaré que se me contagie algo de paz de esa rama, puede parecer absurdo que me vaya por una planta, y en realidad lo es, jamás estuve cuerdo, el Olivo es la excusa que uso para salir de aquí”.

Y partió, dejó la carta, rumbo a España se fue, sin saber nada, se fue de polizón en un barco pesquero, soñando con los ojos abiertos, pensando en cómo sería allá, como un niño imaginaba paisajes. Pierrot tiene alma de artista, le apasiona la belleza y tiene tanta imaginación como los niños.

Después de trabajar en el barco pesquero durante días, desembarcó en la ciudad de Cádiz, Andalucía, toda España es rica en cultura e historia y Pierrot lo sabe. Cuando se despidió de la tripulación y el capitán que lo llevaron, pidió un mapa, sabía muy bien que iría a conseguir trabajo a Jaén, la capital mundial del aceite de oliva, sin embargo, no pensaba perder la oportunidad de visitar Granada, cuna de Federico García Lorca, quién según Pierrot, fue uno de los mayores poetas de España y del mundo. No imaginaba lo que pasaría años después, en 1936, “el crimen fue en Granada", escribió Antonio Machado dejándome lágrimas en los ojos y la piel de gallina, pero perdón por divagar, sigo con la historia.

Luego de pasar por Granada, se dirigió a la ciudad de Jaén, conoció a un humilde anciano, dueño de un bello cultivo. Pierrot se ofreció a ayudarle a cambio de hospedaje y comida; fue así como convirtió un viejo galpón junto a la casa del anciano en su hogar, era una vida humilde pero grata, encontraba en el trabajo la dignidad que nunca había tenido, la vida no era fácil, y el trabajo duro, sin embargo logró saber apreciar la belleza del paisaje, se enamoró, amaba tomar vino, trabajar y conocer a los locales, tanto por su aspecto como por su acento lo miraban raro, pero después de un tiempo la gente se acostumbró a su presencia allí. En una ocasión escribió esto para el anciano que lo acogió:

“Hoy mi corazón llora, hace años perdí a mi padre y jamás creí volver a encontrar a alguien que me acoja, por eso es que mi corazón suelta lágrimas y sollozos, pero de alegría, después de mucho tiempo (o tal vez por primera vez en mi vida) soy feliz, la oportunidad de estar rodeado por la libertad y el arte es algo que jamás olvidaré, hasta el día de mi muerte, gracias por ser un padre para mí.

Para el Monseñor Osvaldo, de Pierrot Cafieri”.

La carta llegó con manchas de lágrimas sobre la tinta, porque claro, nuestro querido Pierre no tenía el valor suficiente para entregarla, monseñor Osvaldo, que era un anciano amoroso y compasivo, rompió en llanto al leerla. Su hijo había muerto hacía mucho tiempo, jamás creyó ver sus ojos en un extranjero, así continuó la vida de ambos, Pierrot fue feliz, conoció muchachas y vivió acogido por quien era casi un padre. ¿Quién hubiera dicho que al final, el amor que buscaba no era de una mujer, los besos que daba eran para compensar los abrazos que le faltaron? Tal vez en eso coincidimos con Pierrot, tal vez por eso es que me parte en dos escribirles este trágico texto.

Pierrot jamás se interesó por la política, sin embargo, el 14 de abril de 1931, cuando la monarquía cayó y se estableció la segunda República de España, nuestro amado Pierrot festejó, sonrió y bailó, ¿pueden creer? Ni siquiera era español, pero ¡carajo! Sí tiene corazón, y la libertad siempre es motivo de festejos. Para ese entonces, aparte de trabajar con los distintos tipos de olivos y su aceite, se había convertido en profesor de inglés particular para los niños que necesitaban ayuda, le gustaba enseñar, y sus alumnos lo querían. Esa decisión que tomó en su sucio apartamento le dio vida, y le devolvió su honor, ya era una persona y no otro drogadicto, ya no era ningún suicida sin vocación, escribía poesía, sus letras eran bellas. Aún no sabía que tendría que defender esa vida que consiguió…

¿Recuerdan que dije que Pierrot era sólo un hombre?

Transcribo: “residió un hombre, sólo era eso, no fue un héroe, no fue un tirano, sólo fue humano, lo que somos todos, descendientes de Caín e hijos de lo divino, somos tan malvados como buenos, unos canallas y unos valientes, éticos e inmorales, les dejo a ustedes decidir si esta cebra es blanca con rayas negras o negra con rayas blancas”.

Aquí hablaremos de eso, este es el punto de quiebre de la historia. Pierrot es una persona normal, y conoció a Monseñor Osvaldo, que es lo que más se asemeja a la bondad y lo divino. Monseñor lo acogió, le cuidó y le trató como a un hijo… desgraciadamente nos toca conocer a un personaje que es todo lo contrario.

Corre 1936, y un tal Francisco Franco se vuelve el protagonista de la escena, intenta hacer un golpe de Estado, que falla, desencadenando la guerra civil de España. Todo lo hermoso, todo lo que logró, se vio amenazado de repente por el gran monstruo del fascismo, sin piedad ni misericordia, aplastando los derechos de la gente, los fascistas como máquinas sin corazón, autómatas que no sienten, la piedad y la misericordia les son conceptos ajenos, la alevosía y el amor por la libertad de Pierrot se enfrentaron al miedo, tenía mucho que perder, pero huir ya no era opción. Pierrot se enamoró, se enamoró del país, debía quedarse y defender a Monseñor, pues alguien de su edad no podría sufrir el desarraigo de dejar su hogar y sentir al desarraigo consumir sus fuerzas y alegrías. Pierrot se alzó en armas, se levantó junto a otros milicianos y se enfrentaron al monstruo del fascismo.

Pierrot no era fanático, tampoco español, él amaba, aquí tengo un fragmento de uno de sus escritos de hace años, para entenderlo mejor:

 

“Las putas, los locos de atar, los marginales, los adictos, los feos, los malos, los dementes, José Sbarra y todo el culto a la sucia rata, los apostadores, los que no tienen nada, los miserables, los ricos que no tienen un peso, y los pobres que lo tienen todo, los que brindaron a la salud del diablo, y los que no le hacen juicio a sus tatuajes. Los que no tienen bandera, los maricones alegres, los ebrios y los suicidas sin vocación son mi patria, los que aman, los raros, los empedernidos, los pobres diablos a los que no les juegan una ficha, los que como yo se ven aterrados de sí mismos al verse comprendiendo las razones de Caín matando a Abel. Los nostálgicos, los que no se arrepienten de nada, los curiosos que besaron a la muerte para ver qué tal lo hacía. Los tristes, las víctimas, los revolucionarios, los idealistas, los fusilados por la Cruz Roja, soñadores que no perdonan una siesta, los que sueñan con los ojos abiertos, yo los bendigo, y los acojo bajo mi bandera sin colores. Los que se dieron cuenta de lo pequeño que es el faro de los que sueñan con la libertad y se ahogaron, Ícaro, Caín, los que odian a la policía, los que viven, las cenicientas de saldo y esquina, el cielo, tu infierno, mi Dios, mis demonios y los pecados que me quisieron quitar.  Esa es mi patria, ellos son mis hermanos”.

Pues él no era español, tampoco estadounidense, él amaba a la libertad, no sólo la suya, por eso se quedó, no escapó, su bandera estaba desteñida, tenía alma de escritor, añoraba la igualdad, y ver todo caerse por un fascista le colmó la paciencia…

¿Qué otra cosa debía hacer? Se alistó, escribió a Monseñor una despedida, durante tres años resistió al grito de “no pasarán” escribiendo en contra de Franco, en reuniones, haciendo amigos revolucionarios, aprendió de la hermandad, y de lo que es defender a un hermano con tu sangre, aguantó y peleó como un león, no por ser un héroe, porque es humano, su alma de escritor le obligó a tomar un fusil.

El 18 de agosto de ese año murió Federico García Lorca, y Pierrot lloró, lloró desconsoladamente, sin embargo hoy tenía una lucha, ya dije que dejó de ser un suicida sin vocación, hoy tenía una pelea por la cual está dispuesto a hacer el mayor sacrificio.

“Sabed hermanos, el fin se acerca, marcharemos hacia Madrid, y Madrid será la tumba del fascismo, porque la libertad no es negociable, y Franco temblará, la lucha no será perdida, pues mi recuerdo, y el de todos los caídos aquí, labrarán en piedra el epitafio de los tiranos; hoy no soy ningún mártir, soy un hermano, un partigiano, un bolchevique, soy uno de ustedes, un guerrero, un defensor de la libertad, esta noche todos somos canto, somos felicidad, nosotros somos libertad”.

Fue el último escrito de Pierrot Cafieri, dicen que fue rumbo al combate, junto a cientos de milicianos cantando “bella ciao", y con su letra, en una pared de Madrid, escribió “no pasarán”. Allí murió nuestro personaje, no se pongan tristes, se fue feliz, pueden ver lo que era antes de venir a España, miren en lo que se convirtió, se volvió un hombre, dejó de ser mugre y peleó por unos desconocidos, él, una persona que jamás fue amada se sacrificó por su gente (no por los españoles), lo hizo por los marginados, por los solitarios, por los poetas, por los que aman sin bandera…

Monseñor Osvaldo sufrió la pérdida de su hijo segundo, jamás fue el mismo después de eso, pero todos los días le llevaba una rama de olivo y tiraba aceite sobre la tumba de mi amado Pierrot, pues sabía mejor que nadie que esa planta había sido la causa de que Pierrot cambiara su vida, y sabía que se había ido con lágrimas de felicidad ¿quieren saber qué dice el epitafio de su tumba? Es un fragmento del poema de Antonio Machado, el crimen fue en Granada:

“Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el eco de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas”.

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