Sucedió en Manhattan

[Bela Fredinand]

Lo que le había sido revelado en aquel día, le advirtió que en el mundo de las altas esferas todo se mueve por los intereses e influencias de los más poderosos. Aquel descubrimiento cambiaría su visión de las relaciones internacionales e inexorablemente desataría una cruzada personal contra el sistema.

Año 1977.

Clara hacía seis meses que había aterrizado en Manhattan buscando el sueño americano. Nada más llegar a Nueva York fue a ver a Pablo, que la había recomendado para trabajar en el Wall Street Journal. Siempre habían tenido una relación especial que ninguno de los dos sabía definir, se conocían desde hacía muchos años, estudiaron juntos la carrera de Periodismo. Pablo había tenido mayor fortuna en el terreno laboral, era el redactor jefe de la sección Diaria de fin de semana del WSJ y llevaba en la Gran Manzana poco más de un año. Cuando tuvo ocasión, avalado por la buena reputación que se había ganado a pulso en tierras extranjeras, había recomendado a Clara, deseando que no rechazase el puesto y consiguiera la determinación que le hacía falta para darle el impulso que se merecía su carrera. Pero sobretodo, para no perder la oportunidad de tenerla cerca. Había acogido a su amiga en su pequeño y humilde apartamento, vivían en Brooklyn, mucho menos concurrido y mucho más barato que vivir en el centro de Manhattan.

A Clara, Nueva York se le hacía inabarcable, le creaba cierta sensación de agobio ver tantos edificios tan desproporcionadamente altos y grandes en comparación a su pueblo natal, Villacarrillo, con su estampa de olivos salpicados por todo el territorio, ese olor a campo que flotaba libre y toda la luz que inunda cada rincón de esa tierra sin encontrar obstáculo. A pesar de haber estado en otras ciudades, nada podía compararse con el gigantismo que plagaba las calles de su nuevo destino. El mismo edificio del WSJ en el corazón de la isla se le antojaba intimidante.

Aquella mañana Clara había madrugado, tenía una entrevista importante que hacer, se iba a encontrar con el Sr. Laurence Tiller, el actual director de la EPA (Agencia de Protección Ambiental), establecida por el presidente Richard Nixon en 1970. El origen de la noticia saltaba por las muchas dudas que esta nueva agencia generaba, sobre su financiación y sus objetivos finales, cómo había sido gestionada después por Gerald Ford y cómo se preveía que actuaría el recién nombrado presidente de los EEUU Jimmy Carter. Pero lo que a ella más le llamaba la atención era ese estancamiento mundial del aceite de soja y los incentivos a la compra del aceite de cacahuete: ¿dónde quedaba el aceite de oliva que hasta ahora había tenido tan buena acogida? Indudablemente era más saludable que ninguno de los demás. Hace unos meses, Clara descubría que tanto la OMS como muchas eminencias médicas en EEUU y en España hablaban del aceite de oliva como un aceite “no del todo saludable” y por tanto no lo recomendaban, en contraposición del aceite de cacahuete o el de soja ¿Cómo y porqué se había cambiado de opinión con esa rapidez? ¿Qué estudios o en qué pruebas se habían avalado para dar tal afirmación? Para mayor perplejidad, hacía una semana el Gobierno español había subido un 20% el precio del aceite, con lo que muchos productores verían escasos beneficios a final de temporada. Entre ellos, la familia de Clara, donde todos se dedicaban a la industria olivarera, unos cosechando, otros en almazaras, ella era la única que había decidido estudiar y salir de aquella tradición laboral, aunque siempre llevaría a su tierra y a su aceite por bandera allí donde fuera. El tema le tocaba en lo personal.

Habían quedado en un café de Bayonne, en Jersey City; Clara había llegado lo suficientemente temprano como para repasar los tiempos de la entrevista y las preguntas más transcendentales. Debía ser una entrevista jugosa, debía sacarle el máximo partido. Su jefe, Ronald Lee, era muy exigente y siempre los motivaba a crecer y a traer nuevas informaciones, a ser ingeniosos y a encontrar noticias paralelas en la misma noticia insulsa de siempre. Estaba aprendiendo mucho de ese hombre al que admiraba y envidiaba a partes iguales. Clara cerró su block de notas con determinación, sacó su grabadora y esperó a que en cualquier momento llegase el Sr. Tiller.

 

Entraba un placentero aire fresco a través de la ventana de su despacho esa mañana, el sol inundaba la sala y acariciaba las hojas de los ficus que decoraban el rincón donde Pablo se sentaba pensativo. Era el momento de dar un paso más, necesitaba liberar sus sentimientos, cómo sacarse el cinturón aliviado después de una comilona, dejar que sus latidos acabasen de desbocarse cuando la volviese a tener cerca. Se obligó a trabajar, pero a su cabeza le iba a costar más de lo normal en aquel día.

 

El Sr. Laurence Tiller era un señor de unos 55 años de aspecto bonachón y afable, de pelo canoso, cara regordeta, estatura media y bañado en Givenchy, tanto que a Clara se le metía el olor en la garganta cada vez que abría la boca. La entrevista empezó tal y como se esperaba, con las preguntas más amables para que su entrevistado se encontrase cómodo. Era el momento de meterse en harina; Clara le preguntó directamente si sabía que existiese algún complot contra Italia o España como principales productores del aceite de oliva, o contra el producto olivarero en particular. A Tiller le había cambiado la cara, después de sopesar muy bien su respuesta en un silencio muy incómodo, le pidió a la periodista que apagase la grabadora.

–Srta. Claire, ¿es usted española verdad? Yo, también. He nacido en Salamanca, más concretamente en la Avenida de los Cipreses, aunque mis padres decidieron venirse a New Jersey cuando yo solo tenía 2 años.

Clara se encontraba atónita, aunque quizá podría ser más fácil confraternizar con él teniendo ese dato. El Sr. Tiller prosiguió con voz calmada:

–Nada de lo que voy a contarle ahora puede quedar registrado, ni mis palabras podrán salir de esta conversación por ningún medio, ni escrito, ni oral.

La periodista afirmó con la cabeza mientras acercaba su cuerpo a la mesa, como si así consiguiese escuchar mejor y no perderse ninguna entonación.

–Efectivamente tenemos un gran excedente de aceite de soja, posiblemente por ser también el país que más produce este aceite a nivel mundial, muchas de esas empresas del sector las tienen personas influyentes en la Casa Blanca y en el país en general. La cuestión es que ese aceite no podemos permitir que se eche a perder, pues sería un escándalo económico del que el gobierno y mi agencia seremos responsables. Aun así, yo solo sigo órdenes, Srta. Claire, nada más.

–Entonces, ¿para vender todo ese aceite de soja lo que hacen es denostar al de oliva? ¿Es eso? ¿Cómo han conseguido extender tanto el bulo, llegando a organismos oficiales como la OMS?

–No mezclemos, el aceite de soja es un problema que se está resolviendo sin levantar muchas ampollas, no es la primera vez que ocurre algo así con algún producto y en cualquier territorio. El caso del aceite de oliva es diferente, lo están llegando a ver como al enemigo por el éxito que ha estado teniendo y sabemos, por lo que hemos podido estudiar, que tiene propiedades únicas…

–¿Lo han estudiado? –le interrumpió

–Sí, al principio querían buscar las cosas negativas para poder exponerlas y tener de donde sacar una mala publicidad. Como no encontraron nada…

–Se las inventaron claro

–Correcto. Las manos que mueven los hilos no somos ni usted ni yo, como podrá comprender, y esas manos tienen muchos amigos y tejen una red de influencias de la que no se puede usted hacer una idea. De ahí se llegó a la OMS, que aunque no ha hecho ningún comunicado oficial, sí ha ido dejando el mensaje de que, al contrario de lo que toda la población creía, el aceite de oliva no es tan beneficioso.

–Acláreme algo, ¿para quién o para qué industria es el aceite de oliva el enemigo?

–Es posible que yo no pueda responder a todas las preguntas que usted necesita, por supuesto tampoco le diré ningún otro nombre que el que ahora pronunciaré, aunque a modo de dato, ya que no puedo confirmarle nada. Para que usted lo tenga en cuenta el Presidente de los EEUU de América actual Jimmy Carter, antes de llegar aquí fue gobernador del Estado de Georgia y también popularmente conocido como el Rey de los Cacahuetes, ¿sabía usted eso?

–Sabía que venía de una empresa familiar como productores de cacahuete sí, pero no veía relación ninguna… hasta ahora, porque lo que usted me está queriendo decir, si yo no lo he entendido mal, es que todo esto se hace para promocionar la empresa del Sr. Carter y probablemente la de otros muchos amiguitos, ¿no?

–Lo siento, pero ya le he dicho que no le voy a confirmar nada, yo solo le he dado el dato, usted interpreta. Creo que esta conversación termina aquí, debo volver a mis quehaceres.

–Pero me quedan muchas dudas y muchas preguntas relevantes, como de qué manera ha llegado todo eso hasta nuestro país, hasta el punto de que los médicos sean reticentes a recomendarlo cuando, hasta hace pocos años, se pensaba incluso que, por sus grandes beneficios para la salud, había que venderlo en las boticas.

–Lo siento, Srta. Claire, pero no podemos seguir con esto. Me está usted metiendo en un compromiso –dijo finalizando la conversación y levantándose de la mesa–. Espero haberla ayudado en algo, pero recuerde que esta conversación no ha tenido lugar y que no volverá a contactar conmigo de ninguna manera posible. Buenos días –se caló el sombrero y salió del café.

Clara se quedó sentada viéndolo marchar. Mientras la puerta se abría dejaba entrar el aire fresco que se mezclaba con el humo estancado y cargado de tabaco que reinaba en todo el café. Su cabeza buscaba cómo encajar todas las piezas del puzle, se había dado cuenta de que detrás de todos esos datos había una trama oscura de tráfico de influencias y políticos corruptos. Se sentía frustrada, porque al fin y al cabo no tenía pruebas de nada, ni podía redactarlo. Sin embargo, en su cabeza no cabía quedarse de brazos cruzados ante algo así.

 

Ya eran las 11:30 de la mañana y Pablo necesitaba parar un minuto y despejarse. Salió del edificio y el calor y la humedad le dieron una buena bofetada, no debían estar a menos de 36 grados y la camisa y la corbata no ayudaban. Caminó un rato hasta la cafetería de la esquina, llegó empapado en su propio sudor, se sacó la corbata, se abrió un poco el cuello de la camisa y se remangó hasta los codos. Se sentó donde acostumbraba, en la mesa de la esquina de la cristalera desde donde podía ver buena parte de la 6th Avenida. Se dio cuenta de lo feo que se estaba poniendo el día, el cielo se había cubierto de nubes negras y toda la ciudad se sumía en una peligrosa oscuridad.

 

Necesitaba vomitar toda la información que había obtenido y todas sus conjeturas, así que fue al encuentro de Pablo.

–¡Hey!, ¿qué tal la entrevista?, ¡cuéntame!

Bueno, a ver, es que no es nada fácil de contar, además supuestamente no puedo contarlo, ni escribirlo, así que no sé muy bien qué hacer con la información. Mejor te haré un resumen: resulta que existe un boicot real desde el gobierno estadounidense y otra gente de influencia contra el aceite de oliva, de ahí que se haya difundido de manera muy eficaz el mensaje de que no es saludable y recomendado los aceites de soja, del que tienen demasiado excedente y el de cacahuete, del que por cierto es uno de los mayores productores el presidente Jimmy Carter –lo dijo todo a una velocidad vertiginosa y en voz bajita y contenida–. Ah, y por cierto, el Sr. Laurence es de Salamanca –acabó con una carcajada para liberar tensión.

–Espera… ¿Qué? A ver, repite o explícame por partes porque no lo entiendo ¿Hay pruebas de eso?

–¡Qué va a haber! ¿No te digo que ha sido algo extraoficial? Lo que me extraña es que yo pensaba que me costaría bastante más arrancarle algo como lo que me contó, pero no, es como si…

–¿Cómo si hubiera buscado contártelo?

–Sí, exacto… pero no tiene sentido

–Sí, claro que lo tiene, el hecho de que no te recibiese en ningún despacho oficial y quedaseis en una cafetería a mí ya me pareció muy extraño. Por lo demás creo que quiso soltar lastre y lo soltó de manera que tú no pudieses hacer nada más que escuchar.

–¿Me quieres decir que me ha utilizado como simple oyente porque se siente culpable de participar en algo así o simplemente por desahogarse? Para eso puede contárselo a su psicólogo y no a mí, sigue sin cuadrarme.

–A mí tampoco. Bueno ¿y qué vas a hacer?

–La verdad es que no lo sé, pero sí me gustaría hacer algo –hubo un silencio, un momento de calma en el que los dos se miraban intentando encontrar un camino–. ¿Y si le mando un escrito anónimo al Presidente Suárez?

–¿Y cómo sabes que le dará veracidad a ese escrito sin poder probarle nada? Y aunque lo creyese, ¿qué iba a hacer él para poder cambiar eso? Sería como un combate entre un elefante y una hormiga.

–Tienes razón, pero… ¡¡lo que sí podría hacer es publicar todos los estudios que existen a favor del aceite de oliva en comparativa con los demás!! Y difundirlo por supuesto y avisar a todas las grandes empresas olivareras advirtiéndoles de esto, de manera anónima, para que presionen a las autoridades nacionales e internacionales alimentarias a que reconozcan mediante comunicados oficiales lo saludable que es nuestro aceite.

–¡Bien, eso es maravilloso! Si necesitas que te ayude cuenta conmigo, ya sabes que yo estoy contigo, o sea, a tu lado, siempre, para todo.

–Gracias Pablo, eres un amor, será por eso que te quiero tanto –le marcó el carmín de sus labios en la mejilla y se despidió a toda prisa.

La vio alejarse, caminaba apresurada, pero tenía el movimiento de caderas más sexy que podía haber visto jamás, era como un baile hipnótico para él. Era una mujer valiente, decidida, ilusionada con su trabajo, llena de vitalidad y de ganas de cambiar el mundo, por eso llevaba enamorado de ella tantos años. Un amor que crecía cada día, tanto, que en cualquier momento no tendría cuerpo donde esconderlo.

Clara volvió a su puesto de trabajo y redactó la entrevista oficial, aunque no era nada espectacular sino algo bastante pobre, no podía hacer otra cosa. Le explicó a Ronald lo poco expresivo que era el Sr. Laurence Tiller y que sentía no haber podido haber estado a la altura esta vez, por suerte él era un hombre comprensivo. La joven redactó las cartas y las llevó al buzón central, por la mañana el servicio postal las recogería y volarían rumbo a España. Por un momento deseó ser una de esas cartas. Sin haberse dado apenas cuenta, ya era la hora de comer.

Al rato de caer rendida en el sofá Pablo llegó a casa. Se había recostado un rato y el sueño y el cansancio se habían apoderado de ella. Su compañero hizo la comida y se sentó a comer en silencio, frente a ella, embobado, mirándola.

…Caía todavía un sol de justicia a pesar de estar a finales de otoño, estaba sentada en la tierra jugando a los chinos con sus hermanos y primos. Se escucha un grito a lo lejos: ¡la comida! Todos se levantaron entre risas de “a ver quién llega antes” y levantando el polvo del camino bajo sus pies llegaron a la puerta de casa. El olor a comida recién hecha inundaba la casa entera y mientras comían les acompañaba el olor a azahar que entraba por la ventana. Al poco tiempo llegaban los hombres de la casa, llenos de sudor y tierra seca, venían de la cosecha del olivo, eran los meses de más trabajo del año. Por la tarde, la jornada seguía, esta vez los niños acompañan a los mayores hasta el campo, ese maravilloso laberinto de color café y verde tan característico. Hasta donde la vista podía llegar, en todos los puntos cardinales, se veían olivos, ninguno era igual a otro y, sin embargo, todos les eran familiares. Mientras los niños jugaban entre sus amigos, los mayores ponían los plásticos en el suelo de cada olivo y lo vareaban hasta que se quedaba sin frutos, luego llevaban lo recolectado a la camioneta que les prestaba un vecino y de ahí sería llevado a la almazara para que fuese almacenado en trojes y más tarde se molería, batiría, tamizaría y prensaría y finalmente, se obtendría ese oro líquido tan beneficioso para la salud y tan exquisito en boca. Nadie en aquellas tierras se imaginaba un buen desayuno sin pan recién hecho con su chorrito de aceite por encima, era un verdadero placer para todos…

Pablo se dio cuenta de que Clara estaba haciendo gestos de masticación con la boca mientras dormía y no pudo contener una carcajada. Clara se despertó aturdida.

–No recuerdo ni haberme dormido, ¿por qué no me has despertado? ¿De qué te estás riendo?

–Ay Clara, es que estabas muy graciosa, para qué te voy a despertar con lo a gusto que se te veía, necesitabas descansar un poco.

–Lo cierto es que sí, ¿sabes? Estaba soñando con la cosecha de mi pueblo, aquellos otoños tan intensos, despreocupados y felices, añoro toda aquella época.

–Yo también, ¿cuándo son las vacaciones? –ambos soltaron una carcajada cómplice.

–Creo que es hora de volver al trabajo.

Cuando Clara llegó a su puesto de trabajo, Ronald la llamó a su despacho preocupado, le comentó que habían estado llamando a la oficina preguntando por ella, la voz estaba distorsionada y por supuesto, no quisieron dejar ningún recado. Ella se extrañó, pero no le dio ninguna importancia. Una hora más tarde volvieron a llamar y lo cogió Clara:

–¿Puedo ayudarle?

–Escuche con atención, no levante la mirada ni alce la voz, no cuelgue y responda a las preguntas –dijo una voz al otro lado, esta vez, sin filtro de voz.

Un calambre le recorrió toda la espina dorsal.

–¿Ha grabado toda la conversación privada que ha mantenido con el Sr. Laurence Tiller esta misma mañana?

–Creo que sí –dijo titubeando después de un tiempo de silencio, no era posible que nadie supiese lo que habían hablado después de apagar la grabadora.

–El Sr. Laurence ha sido hallado muerto este medio día en su apartamento de Jersey City. Ha sido un asesinato. En el bolsillo de su americana llevaba una nota con su nombre y su teléfono.

Se sentó y apoyó el auricular en su hombro, estaba en shock, se sentía de repente mareada y apesadumbrada. ¿Por qué la avisaban a ella? Volvió a colocar el aparato en la oreja.

–¿Se supone que yo soy sospechosa de algo?

–No Srta. Claire, usted podría ser la siguiente, sobre todo si el Sr. Laurence ha compartido con usted información comprometida. Mis agentes están yendo para ahí, permanezca donde está.

Siguió escuchando el sonido de la llamada cortada como si la llevase a una realidad paralela y por primera vez sintió miedo. No sabía cómo explicárselo a Ronald, así que su impulso fue dejarlo todo y salir corriendo. Inconscientemente, llegó al despacho de Pablo que estaba dos pisos más arriba, tampoco sabía qué decirle, solo acertó a abrazarlo fuerte y los ojos se le llenaron de lágrimas, probablemente como válvula de escape a tanta tensión. Pablo se quedó muy sorprendido y entendió que algo había pasado, pero decidió no molestarla con palabras ni preguntas y abrazarla tan fuerte como le daban sus brazos. En ese momento, llaman a la puerta y se asomó un hombre muy alto y corpulento, de rasgos fríos y duros que vestía una gabardina negra sobre una ropa bastante menos elegante, tan solo unos jeans rasgados y una camiseta blanca. Pablo, sin soltarla, le espetó que esperase fuera, pero siguió adentrándose en el despacho. Clara se enjuaga las lágrimas y sale de la protección de su amigo para mirar al visitante que, al verla, avanzó los últimos metros con más rapidez y decisión, cogió a la muchacha del brazo y tiró de ella hacia fuera de la estancia. Pablo le reprendió mientras buscaba la mirada de Clara porque no estaba entendiendo nada. Ella le cogió la mano y le dijo que ya lo llamaría, que ahora debía irse por su seguridad.

Mientras descendían por las escaleras, Clara le pidió al hombre que no fuese tan rápido o que le aliviase la presión que ejercía sobre su brazo. Debido al ímpetu con la que era arrastrada tropezó y cayó al suelo, no le dio tiempo a levantarse cuando el hombre la izó del brazo clavándole todavía más los dedos hasta causarle un dolor terrible, le imploró que la soltase y se resistió al rapto gritando con todas sus fuerzas e intentando zafarse a base de golpes y tirones. De repente, entraron en escena dos agentes de policía pero el captor disparó primero abatiendo al más joven, el otro consiguió esconderse y pedir ayuda por radio. Habían llegado a la calle y en cuanto se subiesen a un vehículo ella sabía que a su vida le quedaban apenas unas horas.

Por suerte, había otra patrulla vigilando la entrada, así que se enzarzaron en un cruce de disparos, situación que aprovechó Clara para, a base de tirones, acabar escapando, corrió con todas sus ganas y su ansia, corrió hasta llegar al bar de Rosaline, donde entró atropelladamente y sin aliento, calada hasta los huesos por la tormenta que se había ido gestando durante toda la tarde. En ese momento, la dueña cerró la verja de su establecimiento y desde el cristal veían como la gente escapaba, avenida arriba, de los disparos. Con las pulsaciones por las nubes todavía, pudo ver como abatían al hombre. Acto seguido, y mientras miles de rayos iluminaban el cielo, vio como Pablo salía corriendo desde la entrada del periódico hasta el café. Rosaline abrió la verja y los amigos se fundieron en un abrazo.

La operación policial había acabado cuando todo se apagó, literalmente. La calle quedó en una penumbra absoluta, los edificios se fueron quedando a oscuras, toda la instalación eléctrica de Nueva York había caído. No pudieron abrir la verja, pues era eléctrica, así que, a través de ella, Clara le contó a la policía todo lo que sabía, lo que había en su grabadora y lo que había grabado su memoria. Se decidió que, una vez se solucionase el apagón, necesitaría protección policial durante algún tiempo, sobre todo si pretendía investigar toda esa trama y sacar a la luz todo el entramado de tráfico de influencias y peces gordos corruptos que sospechaba que estaban detrás del boicot al producto que sostenía y alimentaba a más familias en España y en especial en su tierra, Jaén. Y así era, así se prometió que sería, no habría descanso en toda Nueva York, ni lugar en el que esconderse de la furia periodística que habían despertado en Clara.

Pasaron las horas allí encerrados, Clara le contó todo lo que le había pasado y lo que pasaría a partir de ese momento, hablaron de Jaén, de los momentos de la cosecha, de los veranos interminables, todos aquellos recuerdos que a Clara la alejaban un poco de la realidad que estaba viviendo. Decidieron que era hora de cogerse unas pequeñas vacaciones y respirar un poco.

–No sé qué hubiera hecho si te hubiera pasado algo Clara, no soportaría la idea de perderte.

–A mí tampoco me hubiera hecho gracia desaparecer.

–Lo digo en serio, eres la persona más importante que tengo en mi vida, mi amiga, mi confidente, mi compañera de piso… mi alma gemela.

–Eso está sonando casi romántico –dijo nerviosa bajando la mirada.

–Clara… –le cogió la cara entre sus cálidas manos mientras la acariciaba con los pulgares y se acercaba tembloroso–. Te quiero, y creo que te llevo queriendo tanto tiempo que no puedo imaginar ni un segundo más sin decírtelo, sin intentar una vida contigo.

Clara suspiró mientras Pablo suavemente rozó la nariz con la suya, acariciándola dulcemente, haciendo que su boca tuviese cada vez más ganas de estallar, de dejarse llevar, de desatar ese amor que ambos guardaban dentro. Respondió levantando coquetamente la barbilla y sus labios, finalmente, se encontraron en un tierno y húmedo beso que parecía no tener fin.

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