La vida eterna de la oliva
[Anastasia Mijaylova]
Todo pasó de pronto cuando la pequeña Oliva vivía debajo de una hoja de un enorme olivo, que tenía sus raíces en un enorme olivar en medio de la ladera. Todas las mañanas el sol la despertaba con mucha ternura y suavidad para que ella no sintiera miedo de caerse porque con el tiempo crecía y crecía y ya se ponía madura. Sus rayos matutinos llegaban a la Oliva con un saludo cálido y afectuoso. Al mediodía, la frondosidad del olivo mermaba el intenso brillo del sol, del cual la Oliva solo percibía pequeños rayitos que se colaban por entre las verdes hojas de aquel hogar vegetal.
El sol era la luz que iluminaba su vida y le daba diferentes matices a aquel monótono paisaje. A nuestra amiguita la Oliva le encantaba ver el atardecer, ver cómo el cielo se teñía de rojo, violeta y naranja, mientras su amigo el sol se despedía lentamente tras las lejanas montañas del occidente.
La Oliva se movía todo el día de un lado al otro, viendo la llanura que se extendía hacia el oriente, las hermosas colinas del occidente por entre las que se escondía el sol, y los demás olivos que estaban en el norte y en el sur de una manera tan densa, que no dejaban vislumbar ni un poquito del lejano paisaje que se encontraba detrás. Pero la Oliva conocía sus límites. No se atrevía a conocer otros olivares por temor a desprenderse, y rodar por el suelo, ensuciarse y ser absorbida por la tierra. Aunque a veces se cansaba de estar siempre en la misma rama, sabía que era peligroso intentar desprenderse de ella. Un paso en falso y sería su final.
Prefería no ver el paisaje que tanta curiosidad le daba, antes que cercarse al borde de la rama. Una mañana fresca y tranquila como cualquier otra, el olivar dio unos sacudones que la Oliva no reconoció. Ella conocía al olivo que la protegía. Pero era algo inevitable, caían al suelo muchas olivas que habían madurado. Era al olivar, y cómo no conocerla si nació entre ella, llena de olor fortalecedor y nutrientes.
Pero este movimiento era muy diferente. Era completamente desconocido y tenía un aroma familiar. Por más que la Oliva trataba de encontrar un destello de nardo, un recuerdo, aunque fuera un débil olor a pasto seco quemado por aquel sol ardiente, no lograba encontrar nada. Cuando el árbol estaba a punto de dormirse, la Oliva le gritó:
–¡Olivar, espera!
El árbol se despertó y al oír aquella súplica, preguntó:
–¿Quién me llama?
–Yo, olivar, aquí, en tu rama de olivo, encima de ti.
El árbol movió sus hojas hasta llegar cerca de la Oliva.
–¿Qué quieres pequeña? –le preguntó dulcemente el árbol.
La Oliva se sorprendió por el tono suave y pausado con el que habló el olivo.
–Es que... es que... yo no había hablado desde hace mucho tiempo contigo.
–Tienes hojas, flores y das frutos, a veces eres tan fuerte. Eres tan beneficioso, tan... tan... no sé...
–¿Tan beneficioso?
Y esa palabra retumbó en los oídos de la Oliva como un eco inagotable: beneficioso... beneficioso... beneficioso.
–¡Sí! Eso es, eres especialmente beneficioso. Es una cualidad tan diferente a la de las otros árboles –repuso la Oliva emocionada.
–Es que soy un árbol diferente, soy el olivo.Y tú eres parte mía.
–¿Olivo? ¿Y qué es el olivo?
El olivo dio una estruendosa carcajada. Reía y reía sin parar, se retorcía y reía haciendo templar peligrosamente sus hojas. La pobre Oliva rodaba de un lado al otro mientras el olivar reía y se reía diciendo en un suave silbido estas palabras:
–¿Olivo? Ja, ja, ja, ja ¿Olivo? Ja, ja, ja.
Las carcajadas se prolongraron hasta que se quedó dormido. Después de un breve descanso, el olivo dijo:
–Disculpa, Oliva, es que... ja, no puedo creer que una oliva como tú no sepa qué beneficios damos al hombre. Es como si no supieras qué es el aceite de oliva y las propiedades beneficiosas que tenemos. Pues de mis frutos se saca aceite de oliva. El aceite de oliva es un aceite vegetal muy beneficioso para la salud. Tiene propiedades y nutrientes muy conocidos. Se emplea mucho contra las enfermedades y de manera preventiva. Por todo ello, el aceite de oliva está muy recomendado tanto en la infancia como en la vejez.
La Oliva estaba anonadada. No podía creer lo que estaba oyendo. Nadie le contó todo esto. Todas estas palabras parecían sacadas de un sueño, parecían una fantasía. No podía hablar, de la emoción que había despertado en ella el relato del árbol. Tenía tantas cosas que preguntar que no sabía por dónde empezar. Finalmente, la Oliva se tomó un respiro y dijo:
–Sí pero, dón...dónde están esas vitaminas y esos nutrientes?
–Las vitaminas y nutrientes están en los frutos, en las hojas y en la corteza de los árboles. El sol también es nuestro amigo. Él nos saluda con ternura todas las mañanas y nunca nos ha hecho daño. Para poder crecer necesitamos de él.
–¡Pero, Olivo, espera! –gritó la Oliva.
Quería que le explicara más acerca de sus beneficios como parte principal del olivar. El árbol le abrió los ojos, no lo podía creer. ¡Se sentía tan orgullosa de formar parte de esa gran familia!
Pero era demasiado tarde, el árbol se quedó dormido y la Oliva aspiró profundamente. Esa misma tarde, la Oliva se desprendió de la rama que la sujetaba y decidió iniciar una travesía: quería saber cómo se obtenía ese líquido amarillento parecido a los rayos del sol. Se refería al aceite de oliva. Estaba muy consciente de que le faltaba poco para transformar su vida en algo más util. No quería seguir más en una rama tan pequeña. Se uniría al resto de las olivas y se transformarían en aceite y estarían felices.
Era ya hora de partir. No tenía nada que llevar, solo quebaba despedirse de la rama del olivo que había sido su hogar hasta ese momento, su pequeño universo del que nunca antes había salido. Con ternura, la Oliva se agachó y besó aquella rama que le había servido de refugio y que ahora parecía frágil por su partida. Con ese silencio vegetal que nada puede quebrantar, la rama parecía desvanecerse al oír las palabras de la Oliva.
–Me voy ramita, me voy a ayudar a la salud de la gente. Esta mañana hablé con el olivo, que me contó la utilidad que puedo dar. La Oliva trataba de contagiar a la ramita su alegría. Percibía su tristeza, quería hacerle entender la necesidad que tenía de emprender su aventura.
Pero la ramita parecía opacarse, su brillo se veía cada vez más débil, y su fuerza se desvanecía. Una pequeña brisa que pasaba por ahí en ese momento dobló casi por completo a aquella rama que había resistido los más fuertes vientos sin daño alguno. Al recobrarse del ataque de la pequeña brisa, la Oliva abrazó a la ramita y dijo:
–Este no es el final, ramita. Ya aparecerá otra oliva como yo a hacerte compañía. Piensa que es el comienzo de una nueva amistad con otra oliva o con un pajarito que venga a saludarte todos los días. Muchas gracias por tu ayuda y créeme que no te olvidaré. Tu fuerza me acompañará siempre.
Era la primera vez en su vida que pisaba una rama diferente a la que había dejado atrás. Era una sensación extraña. La Oliva siguió saltando de rama en rama, fijándose en las diferentes cosas que veía cuando pasaba de una rama a otra. Veía diferentes animales, hormigas, pájaros, insectos de todos los colores y tamaños. Estaba tan ensimismada comtemplando el paisaje, que al sol le tocó gritarle para llamar su atención:
–¡Oliva! ¡ Oliva!
–¿Quién me llama? Ah... eres tú, amigo sol. ¿Cómo estás? ¿Llevabas mucho tiempo llamándome? Es que estaba un poco distraída –respondió la Oliva un poco sorprendida por la aparente urgencia con la que parecía necesitarla el sol.
–Veo que te vas... –le dijo el sol un poco más calmado.
–Sí, sol. Me voy a dar mi vida para que todos crezcan fuertes y sanos.
–Lo que harás es lo mejor del mundo. Recuerda que estoy en todos lados, aunque no al mismo tiempo.
Dibujando una leve sonrisa en su boca dijo:
–No me iba a despedir de ti porque seguiremos viéndonos.
–Pero antes de irte, tengo algo importante que decirte –dijo el sol con una voz grave que nunca antes había usado con la Oliva. Esta se asustó un poco al ver la extraña actitud de su amigo.
–Díme, sol, ¿pasa algo malo? –preguntó tímidamente la Oliva.
–Oliva, yo siempre he sido bueno contigo. Te he despertado con ternura en las mañanas, dándote mis más tiernos rayitos.
–Sí, sol, siempre has sido muy especial conmigo. Me has dado el mejor y más sueve de tus brillos.
–Oliva, la verdad es que era gracias al olivar –dijo el sol completamente apenado.
–Gracias al árbol, ¿qué? –preguntó la oliva un poco molesta.
Él... él era el que realmente te protegía, Oliva. El árbol era el que impedía que mis rayos te dañaran. Pero era necesario decir la verdad. El árbol te protege dejando mis rayos más fuertes en sus ramas más altas y así solo llegan a ti unos tibios rayos interminentes que no te hacen daño–. Poco a poco, sin darse cuenta, el sol se había marchado.
Por fin, también se despidió del árbol:
–Gracias, árbol. Tú me has dado la vida y mi obligación es ser beneficiosa para el hombre–. El olivo le animó de todo corazón.
La Oliva se sintió muy bien consigo misma al oír las palabras del árbol y empezó entusiasmada su camino. De pronto se encontró con otras olivas que también abandonaban su olivar. Ellas la animaron y le dijeron lo tonta que había sido. Sus compañeras la sacaron de su éxtasis.
–Oliva, creo que ahora conoceremos otras cosas, debemos vencer el miedo. Nos transformaremos en aceite de oliva.
–¡Están locas! –gritó la Oliva.
–No vamos a morir, solo nos tranformaremos en aceite y nuestra vida perdurará–. La Oliva dio este paso tan temible para ella. Así como los pasos tan temidos que damos en la vida son las experiencias más sublimes. Tenía que acostumbrarse a su nuevo estado. Se sintiría cada vez gratificante en la boca del que la comía. Su cuerpo estaría en cada partícula del aceite.
De pronto se sintió parte de ese cuerpo, dándole energía y larga vida por muchos años. La Oliva pasó por muchos experimentos en su vida y al fin no tuvo miedo de su transformación. Así es nuestra vida, es una diaria transformación que nos ayuda a crecer y a fortalecernos con ayuda de amigos y de personas que nos quieren.
Como dice el refrán “Toda vida es un experimento. Cuantos más experimentos haces, mejor”, de Ralph Waldo Emerso.