Abrazos_verdes
[Beti]
Tenía el estómago revuelto desde el minuto siguiente que apagué el ordenador. Hace dos semanas exactamente. Las pastillas y algo caliente aplacaron un poco la maraña de rayos que pasaron por mi mente, pero no me hacían sentir tranquila del todo. La sensación placentera que te queda en el cuerpo de saber que haces algo bien no me llegó en ese tiempo de eterna espera. Sin contar el inmenso trabajo que había detrás hasta llegar al final. Meses de búsqueda febril por las redes, de ideas que fuesen innovadoras, impactantes, trabajo de campo preguntando aquí y allí, incluidos lapsos de tiempo con silencios, rozando la nada absoluta, de que no llegaba la idea precisa que necesitaba para materializar mi proyecto que ya se vislumbraba como un espejismo, resistiéndose a ser real.
Me di de plazo ese tiempo fijo. Dos semanas. Exactamente hasta a las seis de la mañana de la segunda semana después de la inauguración de la página web, no pude más. El pavor y el miedo llegaron a su tope. Fuera de cualquier control humano, no solamente del mío, que es bastante inquieto, a todo esto. Mi madre paseando en silencio por toda la casa como un alma en pena, con la cabeza siempre mirando al suelo y sin decir ni mu, pensando que no lo iba a conseguir, y que aún por encima la iba a decepcionar por mi primer fracaso, digamos “empresarial”. Es nuestro idioma particular, aunque no hable, traducir sus interrogantes y movimientos de cabeza continuos es tarea sencilla.
Esa última noche antes del veredicto final me acosté sin sueño, demasiado inquieta, haciendo acto de presencia una violenta tormenta de malos pensamientos, asaltándome casi tan pronto me dejé caer en la cama sin esperar a la madrugada, dando vueltas continuamente, con los ojos abiertos como platos, la boca pastosa y la lengua pegada al paladar, como negándose a temblar, a las órdenes que le daba mi cerebro, que era lo que en ese momento deseaba, tiritar de miedo. Estaba aterrorizada, en una palabra.
Me levanté de un salto, cuando el primer rayo de claridad penetró entre las persianas, me lancé hacia la sala en un silencio sepulcral, con los pies levitando por el aire, para no despertar al resto de la familia que sí gozaba de sueño profundo. Los ronquidos de papá se colaban por el pasillo dejando un halo de tranquilidad por toda la casa, menos en mi cuerpo, que no quería pararse quieto. El ansia de comprobar si el proyecto había funcionado mínimamente me devoraba. Encendí el foco de la mesa de la sala y me senté frente al teclado del portátil, mientras el resto de la casa seguía a lo suyo placenteramente. El intenso temblor del cuerpo apenas me dejaba teclear “abrazos_verdes”, tuve que retroceder varias veces y volver a teclear, el guion bajo se resistía.
Era la primera vez que abría la página desde que la había diseñado. El grado de Marketing me ayudó un poco en dejarla bien presentada, o eso creo, la sensación de pulcritud en general se podía observar a primera vista, tan pronto te topabas con la página web, independientemente del éxito que pudiese tener, eso ya no estaba en mis manos, no obstante lo que pretendía transmitir quedaba bastante claro.
La primera página casi la acaparaba en su totalidad la fotografía del olivo que escogí para inaugurarla. Era Tomás. Sí. Don Tomás para los más allegados. Se había ganado el don a pulso después de tantos años de vida soportando vientos y mareas. Todos los olivos de nuestro olivar fueron bautizados santamente cuando yo era pequeña. Por sus ramas habían caído pequeñas gotas de agua con más o menos éxito, y con la que yo misma rocié uno por uno, exactamente a los trescientos cincuenta olivos con los que cuenta la pequeña plantación familiar. Aquella trastada de niña fue realmente la culpable de que la bombilla se me iluminara años después.
Escogí a Tomás porque ser el más anciano de los olivos, se merecía ese privilegio. Ser el debutante de mi “pequeño proyecto”. Pero no lo quise dejar solo en la nueva andanza. En la fotografía también participaba yo, intentando abrazar sus casi dos metros y medio de circunferencia. Con la cabeza apoyada sobre su enorme tronco grisáceo que me recibía con el amor de siempre. No es por echarme flores ni nada, pero mi cara de bienestar en ese momento del abrazo lo decía todo. Y esa percepción concretamente era la que quería transmitir. Sé que es difícil hacerlo a través de una simple foto. Testar emociones a través del papel a veces es tarea harto imposible. No es mi caso. Años de abrazos y emociones siguientes me avalan.
Tomás me iluminó. Desde niña mi vida giró en torno a los olivos, fue mi escenario habitual y casi único de entretenimiento, corretear en medio de ellos. Con Tomás tuve una predilección especial. El más grande y robusto de todos. Nos batíamos en duelo duramente, pero él se dejaba vencer enseguida a mis escuálidas piernas que lo trepaban en apenas un minuto hasta llegar a la última rama. Lo mejor de todo no era sentirme vencedora, bueno, un poco sí, cada vez que subía quería batir mi propio récord de tiempo. Lo mejor venía después de acometer mi hazaña, bajaba y lo abrazaba intensamente, dándole las gracias por dejarse vencer. Una sensación difícil de describir. Lo único que llegaba a alcanzar mi pequeño intelecto por aquel entonces era que una vez que lo rodeaba con mis brazos sentía paz. Todavía hoy no perdí ni un ápice de ese impacto que me queda después de abrazarlo. Me dejaba en un estado de bienestar absoluto, total. Sentía sus vibraciones atravesándome por todo el cuerpo, desde la punta del pie hasta el cráneo, pasando por todos los recovecos de mi ser como un rayo, dejándome en un estado de gozo absoluto. Suena cursi del todo, pero era como me hacía sentir.
Fue la primera y más importante excusa para la maquinación de la página web, la de que Tomás y sus compañeros fuesen capaces de causar el mismo efecto beneficioso en otras personas como lo habían hecho en mí.
No es que fuese una página web al uso, es decir, en la que se ofertasen olivos como terapia, aunque en parte por ahí podrían venir los tiros. Ni la consigna que tuviese el típico trasfondo de “venga usted abrazar un olivo y a cambio paga un euro, y ya de paso se lleva de regalo la crema para el cutis que se lo agradecerá enormemente”. No, era ir más allá. Era sentirlo. Percibir sus vibraciones, las que salen del fondo de la tierra y provocan alivio. Y con ello no quería ir de chiflada, vendiendo humo. Ser falsa, en una palabra, sermonear la terapia del abrazo para curar una depresión, una ansiedad o lo que fuera. Es abrazar y sentir, nada más. Si lo conseguía sería feliz. El quid de la página era ése. Abrazar un olivo.
Ni tampoco que el usuario que llegara hasta la página de “Abrazos_verdes” se perdiera en los vericuetos de múltiples enlaces sin sacar nada en claro. Para más inri, después de quedar en ascuas, lo primero que se te pida sea teclear dígito por dígito de su tarjeta de crédito por vender la nada absoluta. No quería engañar a nadie. Todo lo contrario. Ambicionaba que el que entrase, quedase ya impactado por lo que viese, y después de dejarse deleitar por la foto de la primera página, que no pretendía ser de calidad profesional ni nada, todo lo contrario, una foto de aspecto espontáneo, se dejase mecer por la paz que intenté transmitir con ella. Después de recrearse en esa paz, se animase a seguir husmeando movido por la curiosidad, el típico cosquilleo de qué va esto y diese una zancada más en sus pesquisas. Para ello, en la parte derecha de la página habilité un icono estratégico. Una vez pinchado se accede a un desplegable de fácil manejo, donde se puede observar a uno por uno, todos los compañeros de Tomás, es decir; todos los olivos de la finca. Jaime, Lola, Julia, Mateo y un largo etcétera. Dejando la opción de escoger el olivo con el que cada usuario se quisiese abrazar.
Para los más escépticos de los abrazos terapéuticos habilité un enlace, que es lo que realmente más tiempo me llevó pulir. Insistí hasta el final que el trabajo no quedase en una simple fruslería. Quería algo serio. A través del enlace con la leyenda “Informe de salud” se accede a un listado de varias investigaciones y estudios realizados y probados científicamente, incluido el de Matthew Silverestone, el más reflexivo y serio de todos. El autor comprueba científicamente el poder que transmiten los árboles para mejorar la concentración, aliviar ansiedad y ayudar a liberarnos de pensamientos negativos, ya no solamente centrándose en el entorno bucólico del abrazo. También en estudios realizados con niños. Registró que funcionan mejor cognitiva y emocionalmente, y tienen una mayor creatividad en áreas naturales testando científicamente las propiedades vibratorias de los árboles y las plantas. Todo vibra, y las diferentes vibraciones indudablemente afectan y mejoran nuestro comportamiento.
Como sueño estaba genial, pero también quería darles una oportunidad a los olivos. Di varias vueltas de campana para lograr algo con fundamento. Que la base del proyecto siguiese siendo el poder terapéutico o beneficioso del abrazo estaba bien, pero tenía que hacer algo con más calado. No digo lo de profesionalizar el sector del abrazo, pero no sé... algo serio. Darle una salida innovadora y distinta al sector. Mucho marketing, muchas ideas, pero sin experiencia de ningún tipo, más que la carrera y regresar al campo a recolectar la oliva y nada más.
Estaba cansada de levantarme día tras día sin nada, no me venía nada a la cabeza. Dudé en seguir. No valía para ser profesional por mucha carrera que tuviese detrás. Todo era oscuro. Además, jugaba con varios factores en contra. Todo estaba inventado. Eché mano de Google y leí mucho. Lo que más se extendía por las redes en cuanto a proyectos similares al que yo quería promocionar eran fundaciones, muchas de tapadera, que recurrían a la fórmula de la adopción o el apadrinamiento, y la excusa era que la superficie arbórea creciese, además de los bolsillos. No quería aumentar el terreno fértil, ni mucho menos triplicar los bolsillos. Quería mantenerlo igual.
Desde los naranjos en Almería, y las encinas en Salamanca, todas las especies arbóreas estaban copadas. Con sus respectivas páginas webs de cabecera, que informaban de su crecimiento desde el momento de plantar el árbol hasta el final, invitando al interesado a visitarlo cuando quisiera. Todos los árboles del país estaban desesperados en busca de familias que los adoptasen, como si de perros huérfanos se tratase, desesperados por salir del frío de la protectora en la busca de un amo cariñoso que les ofrezca el amor que ansían.
Ya no sólo la especie arbórea del país, todos los árboles del mundo salían por las redes de Internet a la caza de padrino, dueño o lo que sea, y en la letra pequeña, las empresas que buscan salida a sus productos. No todas, pero en la mayoría de los casos no sabría discernir cuáles se salvaban o no.
Todo tipo de modalidades para atraer el turismo estaba manidas. No se libraba ni el oleoturismo. Con rutas por almazaras, vinculadas con el aceite en general, visitas a olivares, a fiestas del aceite, a la recolecta de la aceituna, el olivo en flor. La mayoría estacionales, en fechas vacacionales o coincidiendo por ejemplo con la producción del aceite. No les veía una durabilidad. Todo lo que observé no se hacía continuo en el tiempo. Y brillaban por su ausencia las que fomentasen la sostenibilidad del medio; ser respetuosas con el entorno, que es lo que yo pretendía, y mucho menos las que fomentasen la creatividad.
Más allá de las fronteras me di de bruces con un proyecto puesto en marcha en México de adopción de áreas verdes. Se daba un paso más en la mera adopción o apadrinamiento, porque el interesado podía elegir entre varios jardines o parques públicos, para luego cuidarlos. Les hacían un mantenimiento completo, regándolos, podándolos y trabajos de jardinería en general. Casi inconscientemente se ayudó mucho a embellecer y revalorizar un espacio público, sin contar con la repercusión positiva en la salud del interesado.
Fue el proyecto que más me gustó, de hecho fue el único que realmente me hizo pensar. No es que pretendiera que se cuidasen mis olivos después de acudir a abrazarlos, pero si la idea cuajaba podía seguir tirando de ese hilo.
Después de leer cientos de proyectos de adopciones, además de múltiples ideas para atraer el turismo, una sucesión de páginas similares con el único objetivo del apadrinamiento, con dinero de por medio evidentemente, incluso las que ofrecían a cambio después de endosar el dinero diez quilos de naranjas de su cosecha en la época de recolección, un folleto explicativo, un certificado de apto como adoptador, la foto del ejemplar escogido, boletines trimestrales con la evolución de apadrinamiento y un largo etcétera para encontrar por fin algo que, a mi parecer, valiese la pena.
Fui pasando pantallas, las de ese proyecto mejicano en concreto, y me siguió gustando lo que veía. Los interesados a través de foros exponían sus experiencias con el cuidado de los jardines y en general mostraban su contento con el proyecto. Incluso algunos acompañaban fotografías de sus nuevos jardines caseros que se animaron a diseñar, gracias a la experiencia positiva.
No seguí buscando, porque si continuaba la poca idea que me quedaba me la trastocaba del todo. Pasé un día entero leyendo el largo listado de todos los participantes en el proyecto con sus experiencias, puntos de vista, detalles que se podían modificar para mejorar todavía más el proyecto. Ya era casi de día cuando leí la última anotación del foro. No podía con el sueño, pero cuando vino Morfeo a rescatarme todavía había una posibilidad de que algo hiciera con los olivos.
Seguía aquejada de una cursilería aguda con mi proyecto “abrazos guión bajo verdes”. En el fondo lo tenía todo a favor. Luchaba contra la temporalidad, el visitante podía escoger el día o los días del año que mejor le conviniesen para abrazar el olivo, evitando así fechas concretas de sobre aforo y fomentando a su vez la sostenibilidad del medio. Y lo más importante para mí, dejar que el interesado se cargase de energía positiva, de los poderes terapéuticos del olivo. En una palabra, llenarse de buenas vibraciones para que una vez abandone su olivo, en su día a día consiga ser más feliz.
No quería tampoco que nadie adoptara mis olivos, ni siquiera que los apadrinase, montar una agencia virtual alrededor de ellos me parecía un mercadeo evitable, aunque fuese una adopción simbólica, no me gustaba la nueva moda. Sería como despojarlos de su identidad, otra ñoñería mía.
El concepto del lucro económico tampoco era la idea fundamental, articular un gran negocio alrededor de los olivos no entró nunca en mis planes, pero una pequeña ayuda económica a cambio no era descartable. Estaba poniendo mi tiempo encima de la mesa, a disposición del interesado, en cualquier momento para acompañarlo al olivo escogido, y a eso habría que ponerle un pequeño precio. Poner voz a Tomás, a Estela, a Juan... Dejarse envolver por los sonidos que acompañaron mi infancia en este hermoso lugar. Escuchar la voz animada de los pájaros que pululan entre las ramas en el más riguroso sentido de la palabra; creo que a cambio tendría una pequeña compensación, más si el interesado quedaba reconfortado, percibía las vibraciones, no solamente las del entorno, sino las que emanan de la tierra.
A pesar de la brillante idea tampoco tenía grandes expectativas de que funcionase. Igual era cursi de más. Los fogonazos de luces y sombras no cesaron en ningún momento. Me tragué el caldo de saliva de mi lado infantil y apechugué con lo que había creado. Eso lo tenía claro. Algo había creado, no sin esfuerzo. Tan sólo me había impuesto una norma, si el proyecto no funcionaba no iba a crearme un trauma, lo que no quería era entrar en un bucle sin salida que me llevase de cabeza a una depresión, habiendo fomentado con los abrazos todo lo contrario.
El portátil tardaba en arrancar, parecía que todo se ponía en contra. Apoyé la frente sobre el teclado. A pesar de llevar apenas un minuto encendido noté una sensación placentera al dejarme caer encima de él. Por fin la pantalla empezó a parpadear iluminando de repente toda la sala. El miedo me mantenía alerta. Y yo estaba sola, por un momento eché de menos a mi madre. Necesitaba que me arropara en un acto egoísta, en el fondo era un momento especial y quería que estuviese conmigo. Tecleé “abrazos_verdes” por fin y esperé unos segundos. El chillido que salió con fuerza de la garganta al final despertó a toda la casa, incluso a Juan, mi hermano pequeño que había salido de juerga el día anterior y no se despertaba ni con los retumbes de los truenos. La página había tenido setecientas visitas en una semana. Con tan sólo una yo sería la mujer más feliz del mundo. Pero, ¡setecientas! Superaba mis expectativas, mis sueños y todo lo demás. Lo mejor estaba por ver. Treinta peticiones de abrazos. ¡Treinta! Quince habían sido para Tomás, el veterano de los olivos. La foto de la portada había causado furor. Los siguientes abrazos estaban repartidos, solamente se repetía uno. Yago, un olivo joven, pero muy mofletudo de ramaje para su juventud. Porque se me había olvidado explicarlo antes, pero cada fotografía además de su nombre al lado, llevaba una leyenda con una pequeña historia, el origen y un breve currículo de apenas diez líneas. Todos tenían una pequeña hazaña que contar detrás.
Tuve que volver a pasar las pantallas, contar todas las peticiones de abrazos, igual me olvidaba alguno con los nervios posiblemente. Mi madre ya se había marchado a preparar un café para celebrarlo y mi padre todavía estaba más perplejo que yo. Delante de la pantalla su cara de incredulidad lo decía todo. Juan se reía a carcajada limpia, más nervioso si cabe que yo porque tampoco se lo creía. La mística de la familia al final va a ser que consigue algo, murmuró entre dientes.
Solamente había un problema. No había gestionado el tiempo. Se me había ido de las manos. Con tantos abrazos...
!Si al final iba a tener lista de espera y todo¡