Adulterio

[Dulcijote]

Para ser falsificador de aceite de oliva se necesita talento, erudición y destreza. No creas que es cualquier cosa. La inventiva es crucial en todo momento. Lo mío es una obra maestra del timo y algún día, cuando esté varios metros bajo tierra, se hablará de mí como quien exalta a un magnífico creador. Pasaré a la Historia por mis méritos, como un especialista en su género y orgullo de su gremio. No alardeo sin motivo, llevo años en el oficio y mi experiencia no es poca. Nunca me han atrapado porque en mi técnica hay genialidad. Los gastrónomos más célebres han sido incapaces de percibir la diferencia entre mi copia oleaginosa y la especie de manufactura original en su mayor grado de pureza. Entiende que esto no es como hacer el remedo de un jugo de frutas, de ninguna manera; eso es muy fácil, con un poquito de azúcar (tampoco genuina) y agua es suficiente; no se exprime ni una sola naranja, ni una uva o una piña; vaya, ninguna fruta. Y todavía tienen el descaro de agregar en las etiquetas la patraña de que se han enriquecido con vitaminas desde la A hasta la Z. Los estantes de las tiendas están repletos de esa inmundicia. En cambio, el aceite de oliva apócrifo es algo más elegante, de un vínculo más estrecho con la estética que con la ciencia. Se requiere de un sentido del gusto exquisito para llevarlo a cabo con éxito, sin riesgos aparentes, a fin de estafar al prójimo sin que lo note. Hacen falta concienzudas pruebas de laboratorio para detectar el fraude; toman tiempo y a veces ⎯a pesar de los avances tecnológicos⎯ no logran dar con los ingredientes suplantadores; para agravar la cuestión, este tipo de análisis no son nada baratos.

Te revelo mi secreto porque confío en ti. Sé que no intentarás usurpar mi negocio. Además, como ya dije, se precisan aptitudes que tú no tienes. No lo tomes de modo tan tremendo, es la verdad. En un necio afán por plagiarme, sin duda cometerás un error que te costaría el presidio con una condena por varios años, y tú no quieres eso, ¿me equivoco? Escucha bien esto: ni siquiera tengo cómplices porque mis repartidores no están al tanto de que distribuyen aceite de oliva adulterado. En la cadena de intermediarios nadie sabe ⎯ni le importa⎯ los pormenores del producto: quién, cómo, dónde o cuándo. Lo primordial es la venta. Mientras los anaqueles se llenen y vacíen con un ciclo satisfactorio y lucrativo, todo lo demás carece de interés. No entiendo por qué te extraña, es la ley de la oferta y la demanda. A la gente se le puede ofrecer cualquier porquería y paga por ella con gusto, aunque le haga daño y afecte a la salud. El aceite de oliva, en cambio, tiene fama de ser benéfico para el organismo, de contrarrestar varios padecimientos. El auténtico, por supuesto. Además, es como un emblema mediterráneo, tiene prestigio y salvo esporádicos casos, rara vez se pone en entredicho su índole prístina. El ser humano, al convertirse en consumidor tiene una conducta incomprensible, errática. Es inaudito lo fácil que es escamotearlo si se le dice lo que espera oír, inclusive si el sentido común lo pone en alerta. Con una campaña publicitara plena de argucias basta para bajarle la guardia, siempre y cuando se haga con ingenio, pero también con dolo. Si hay una actividad más embustera y corrupta que la mía, que recurre a los trucos más burdos ⎯y la gente se traga sin titubeo alguno⎯, esa es la mercadotecnia.

Yo emprendo mi labor con una exigencia tal que los expertos en aceite certifican la calidad "extra virgen" de mi mercancía. De nada sirve que el comprador examine con lupa y en detalle la etiqueta del envase para leer los componentes del artículo.

¿Competencia? Sí, y mucha. Hay gran cantidad de falsificadores que me disputan el mercado, pero yo no soy tan codicioso ni me calienta la cabeza el dinero. Mis rivales pugnan por la opulencia, yo busco el arte y la perfección.

¿Aceite de oliva "pirata"? Tal vez, pero ese es un calificativo muy rústico para una imitación tan bien hecha como la mía. Mi objetivo es transformar ⎯date cuenta que no digo corromper⎯ el aceite legítimo. Con una fórmula diseñada por mí, fruto de muchos experimentos, he logrado producir un extracto con soya, calabaza, cacahuate y girasol.  Las proporciones no te las comparto porque ha sido un esfuerzo enorme conseguir la composición ideal. Te aclaro que cumplo al cien por ciento las normas sanitarias; por el   lado de la higiene nada pueden imputarme. Soy muy pulcro durante todo el proceso, en ese tema no transijo. No es lo mismo que te acusen de falsificador que de algún delito contra la salud.

Mi aceite es de un color verde fulgurante, un tono hechicero, seductor. El apreciar ese verdor traslúcido te llena de un efecto jocundo. Las sensaciones olfativas las obtengo al combinar esencias sintéticas y éteres varios, todo disuelto en glicerina. La calidad del buqué resultante es increíble, un frutado fenomenal con toda la amalgama aromática de la aceituna recolectada directamente del árbol. Los efluvios que brotan del frasco son muy placenteros. En verdad, catar un aceite de oliva exige tanta preparación y maestría como catar un vino.

¿Que si me preocupa afectar a otros empresarios que operan con todas las de la ley? ¡Claro que no! Que se jodan. Ya sé que me vas a salir con la perorata de que perjudico a la industria y a los trabajadores y, desde luego, al cliente. Pero tal es la forma moderna de ganarse el pan: aprovechándose de la candidez del prójimo. Por otro lado, en el fondo, cada persona sabe que la hacen tonta al adquirir perfumes, ropa, vinos, carne, leche, harina, miel de abeja y prácticamente todo lo que se te pueda ocurrir. Billetes, monedas, joyas y documentos se falsifican por doquier. En conjunto somos víctimas del engaño en forma cotidiana, es parte de la historia de la humanidad, un modus vivendi perenne como la hoja del olivo. De nada sirve persignarse, no hay que comportarse como un cucufato. Si tomé la decisión de lanzarme a la aventura de crear una empresa clandestina ⎯muy redituable, por cierto⎯, fue porque me di cuenta de la muchedumbre cada vez más vasta, en busca de una panacea para sus males, como si un olivar fuese un surtidor medicinal. Se presentó ante mí una oportunidad imposible de ignorar: además de ser un portento culinario, podía hacer con una única sustancia la amalgama de sus cualidades reconstituyentes y curativas con un regalo para el paladar; por si fuera poco, el empleo del aceite en cosmética es cada vez más común para tratamientos de belleza facial y el cabello. ¿Captas? ¡Y todo en una misma cosa!

Mi problema fue diseñar el proceso para obtener un concentrado de altísima calidad, espurio pero con clase. Su bastardía no me importaba tanto como su apariencia fina, de cariz selecto. El mayor reto fue cómo superar la prueba del aceite a bajas temperaturas, cuando se cuaja debido a la presencia de ácidos grasos. Es una verificación sencilla que cualquiera puede llevar a cabo sin traba alguna. Por ello, tuve que ingeniármelas para conseguir que mi sucedáneo se volviera espeso en forma gradual hasta llegar a la solidificación, pero sin alterar sus propiedades y, algo muy importante: el color. Fatigué los almacenes químicos en busca de los reactivos que mi intuición y mis conocimientos me indicaban como apropiados, pero además compré libros de consulta para profundizar en el tema hasta convertirme en poco menos que un perito.

Mi peregrinaje a los establecimientos expendedores de grasas animales y vegetales, así como farmacias, se convirtió en algo habitual; inclusive puse pie en bodegas sórdidas que operaban sin permiso con tal de vender a precios más bajos (siempre de madrugada para eludir a la policía). Adquirí un equipo indispensable para la síntesis de materias primas. Fue un quebrarme la cabeza contra la pared una y otra vez sufriendo fracaso tras fracaso. Créeme que trabajé durante meses, casi siempre hasta altas horas de la noche y de un modo tan febril que llegué a enfermar un par de días por olvidarme de comer, hasta que después de agotadoras jornadas por fin hallé la receta.

En realidad, el método es muy simple, tanto que te dará risa: bastan tres gotas de aceite de coco y dos de ácido esteárico por cada litro de aceite extra virgen.

¿Muy caro? En absoluto. Te sorprendería lo económicos que son tales ingredientes y la cantidad de proveedores que hay. La industria del artificio de las marcas más populares y exclusivas está en pleno auge; es tan próspera la parodia mercantil y de una naturaleza tan especulativa que puedo afirmar sin sarcasmo que en este país impera el libre comercio.

Ya con las pautas trazadas para el desarrollo fabril de mi hallazgo, vino la etapa de poner una instalación para elaborar "mi aceite" en el mayor de los secretos. En todo momento trabajé solo pues la posibilidad de ser delatado me horrorizaba, no quería verme en ese trance y echar por la borda mi esfuerzo por culpa de un soplón sin sentido de la ética. Para ello me mudé a una pequeña granja que había heredado mi padre y que conservaba en el olvido. El cambio de ambiente al abandonar la ciudad me resultó muy gratificante y en poco tiempo me sentí revitalizado. Acondicioné el granero para mis faenas, que en un principio fueron prácticamente artesanales. Obtuve, para empezar, unas pocas decenas de litros en garrafones de vidrio con aceite de oliva catalogado como de primerísima calidad ⎯lo constaté yo mismo con un  examen minucioso⎯ y puse en marcha mi negocio lleno de esperanzas, con un optimismo que me hizo rejuvenecer y recobrar mi fe en el género humano.

¡No te rías! Lo digo en serio. Cada quien sus propósitos y sus ilusiones. El que sea un falsificador profesional no me convierte en un descreído. Te detallo esto porque no quiero que pienses que me he dormido en mis laureles: mi denuedo ha sido tan crucial como mi confianza en un futuro prometedor.

Ahora ya domino el curso de lo que alguna vez fue un proyecto. En cada frasco vierto sólo un treinta y cinco por ciento del líquido original, el resto es de mi cosecha, valga la metáfora. Las remesas que salen de mi granja, en cajas muy bien empaquetadas, no son muy voluminosas, pero la utilidad que me llevo a los bolsillos sí lo es; hoy por hoy he sextuplicado mis ganancias comparándolas con las de mis inicios. No tengo que decirte lo bien que me ha ido estos años. Mis mediadores y agentes se frotan las manos de codicia cuando les digo el monto de lo que pido por abastecerlos. Se encogen de hombros al referirles que no se trata de un artículo puro sino de una magnífica imitación. La usura los carcome por dentro. Por su parte, ellos también transmiten a sus clientes

⎯sin ruborizarse y sin muchas explicaciones⎯ las bondades de lo que  adquieren. Es la mejor manera de vender un aceite de oliva extra virgen que cumple con los más exigentes niveles de refinamiento, aunque sea postizo. Te lo juro por mi virginidad.

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