Aceitesía

[Kuopio]

Yo sé que lo de "guapa" es populismo de laringes, una surgencia de querencias entregadas

al paso intemporal de vírgenes afines a lo propio;

yo sé que lo de "guapa" se asemeja más a un exorcismo de ese hervor entre cristiano e intimista

que suele residir de ordinario en los altillos y que revienta con ese gracejo andaluz

que nos desborda como pueblo arrebatado; pero para ti, desde mi vocación de camarera, "guapa" es un adjetivo inapelable,

porque tanto como si descansas en capilla como si procesionas por mi tierra cuando mayo

tu belleza es sólo atribuible a las giocondas de madera, inerte pero extática, aluvial a los ojos por consenso;

es mirarte fijamente más de tres segundos y acontece el ensalmo del encantamiento...

 

El alcalde le había encargado un poema costumbrista sobre algún motivo local para el programa de la feria. En su condición de cronista-poeta oficial de su villa olivarera, Manuel Jiménez Bocanegra descosía su ingenio mariano para huir de los tópicos y de los típicos, para no incurrir en lo manido, para no repetirse a sí mismo. Ferviente adorador de su Virgen del Calvario, católico y practicante por todos los costados, incluso por el de las heridas, convino en cantarle a la Patrona de su localidad en sus irrupciones populares de mayo y de septiembre, cuando la fe se entremezclaba con el folclore y lo andaluz, con lo jienense y lo festivo, quizá en orden inverso, y desbordaban sentidos, sentimientos y algún que otro estómago excesivo en espirituosos.

Con una dificultad en la elaboración impropia de su habitual fluidez con la palabra poetizada, aquella primera estrofa satisfacía, no obstante, a su creador. Solía escribir de madrugada, en compañía de un insomnio secular que lo habitaba desde sus tiempos adolescentes. Prevalecía mayo mediado en el calendario. Apenas una semana atrás, docenas de carretas y romeros habían elevado a la virgen, un año más, a mito popular durante la romería, y un amasijo de palmas, laringes y piropos habían impregnado la atmósfera de la electricidad contagiosa de lo sensorial cuando se desparrama para contentar.

Todavía la noche presentaba algunas reminiscencias del invierno. No era infrecuente que en algunas madrugadas de mayo, las mínimas descendieran por debajo de los diez grados. Aun sabedor de que el poema ya no tendría continuidad por hoy, o por ya casi mañana en aquellas divisorias horarias imprecisas, abrió la ventana que daba visualmente, cuando la luz lo permitía, a Sierra Mágina, a la mole custodia de aquel altiplano olivarero, para que el fresco le renovara los versos por venir.

Un vientecillo regenerador hacía entrechocar el ramaje de los olivos cercanos, al tiempo que le recordaba la reunión de mañana en su condición de vocal del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Sierra Mágina. Un confort de epidermis le hizo amar de más a la vida y le rezó un avemaría a su virgen a modo de somnífero, pero con vistas a reforzar los efectos de la plegaria se percutió un Orfidal y se tendió en la cama para aguardar a que las siete y media lo sorprendieran no solo acostado sino dormido.

Estaban todos. Presidente, vicepresidente, vocales. Y todos llegaron con una puntualidad infrecuente para ser un número que sobrepasaba la docena. Se conocían bien pese a ser de pueblos distintos; los machihembraba la raigambre del aceite.

El asunto casi monográfico de la reunión lo protagonizaba la posibilidad de incrementar las exportaciones. La fama de aquel isótopo del oro había transcendido de tal modo más allá de los Urales, que los chinos, ávidos por tener lo mejor en las despensas ya no solo de las clases más pudientes, sino también las de una creciente clase media, querían más, más toneladas de aquel aceite que ya consumían y que suponía el treinta por ciento de las exportaciones certificadas por la D.O. Atender la demanda china podía presentar conflictos con la pureza de la marca porque requería la ampliación de la superficie olivarera para someterla a los dictados productivos del Consejo Regulador. No atenderla significaba un estancamiento en la difusión comercial del aceite y la constricción a la cosecha de las actuales hectáreas validadas.

Pero no solo China había solicitado más aceite. También desde Canadá, desde Australia y desde Japón habían llegado peticiones, casi súplicas, para incorporar el dorado maná de la comarca a las sartenes y a las ensaladas. La penetración planetaria de aquel aceite tan de Jaén sobrevenía sin otra publicidad que la de un boca a boca globalizado.

El presidente solo hizo, en su intervención inaugural, recopilar el dilema que ya conocían todos los asistentes. Resolver cualquier dicotomía en favor de una de las opciones suponía condenar a la otra al olvido, a la derrota, y la historia estaba infestada de disyuntivas cuya proposición desestimada se acabó revelando como la acertada cuando el juicio del tiempo suficiente dictó su sentencia sin posibilidad de recurso.

—Convencedme de que ampliar nuestra superficie sin perder las esencias, sin complejizar de más nuestra organización, resulta del todo factible.

El posicionamiento del presidente, contrario en esta ocasión al sentido de la vanguardia que lo caracterizaba, supuso un frenazo para la facción de los expansionistas, que por lo que se comprobaría en las interpelaciones estaba en minoría. Los más avezados a la verborrea pública tomaron de inmediato la palabra tras la de un presidente que abrió el debate desde el sosiego, desde la ciencia y desde la necesidad de conservarse por encima de expandirse, pero lo expuso desde la duda, desde la ponderación aperturista a otras ideas maduradas y convincentes.

Manuel no acostumbraba a pronunciarse en público, pero cuando lo hacía, quizá precisamente por esa dosificación, solía ser escuchado. Sin embargo, en aquella disyuntiva no acababa de decantarse por ninguna de las opciones. Ambas se le antojaban plausibles una vez asimiladas las aportaciones de unos y de otros.

Los conservacionistas apelaban a lo tradicional, a lo que está sujeto al control, a lo que funciona, a lo superlativo del prestigio y de la solera mundial de aquel aceite. Pero los aperturistas alegaban que lo estable acaba por devaluarse, que lo que no tiende hacia adelante el progreso lo acaba haciendo recular, que la integración de 14.000 nuevas hectáreas en la D.O., susceptibles de recibir la certificación aprobatoria sin que la marca perdiera la pureza de lo conseguido a fuerza de aplicar constancia y ciencia, resultaba no solo realizable sino aconsejable. Incluso la convicción de los dos defensores más resueltos de la ampliación de la superficie olivarera hizo que distribuyeran un informe, que uno de ellos traía consigo, entre cada uno de los componentes de aquel Consejo.

A la vista de aquel despliegue de persuasión fundamentada, Manuel, adorador por igual de su virgen que del rigor de la palabra escrita, hizo uso de la hablada.

—Opino que, a la vista de la documentación aportada, no podemos decidir hoy el sentido de la encrucijada. Sería cómodo decir “no” a los chinos, a los canadienses y a los restantes peticionarios de nuestro aceite, pero quizá esta negativa supusiera una irresponsabilidad por nuestra parte por haber limitado nuestra prosperidad como marca a la ya existente, a la que conviene a nuestra comodidad directiva. Quizá converja con la idea genérica de que lo que no evoluciona se contrae, pero no estoy manifestándome con ello en favor de ampliar. Por mi parte, no puedo emitir un voto responsable sin, cuando menos, leer y valorar, incluso contrastar, este informe que Ramiro y Dimas nos han facilitado.

Un asentir unánime de cabezas murmurantes, incluida la del presidente, zanjó el debate sobre crecimiento o estatismo hasta la próxima reunión. Desde ese mismo momento, tras ser felicitado por su sensatez por una mayoría de los miembros del consejo, el yo poético de Manuel tomó el relevo del yo olivarero, del yo burócrata y del yo prudente y mientras se trataban el resto de asuntos del orden del día, el cronista se dedicó a emborronar una cuartilla retomando el poema donde lo había dejado.

Cada día, sin que medien estampas o campanas, me traslado íntimamente hasta tu influjo;

no importa si desfilas o te exhibes,

lo mío es tributación adictiva a tus encantos, a tu prestancia, a tu cara fragante y encerada, a ese niño verista que prestigia tu costado;

lo mío es exaltación, mimo, ansia,

por qué no llamarlo sencillamente amor.

 

 

Eres, Señora, mi reina, mi balneario,

mi virgen a secas, como te aludo desde dentro, cuando me quedo a solas con tu gracia

cualquier tarde de invierno, recogido en tu capilla, porque además de patrona de mi villa,

eres mi mejor amiga, mi más fiel aliada; y es por esos excedentes de embeleso que los miles de "guapa" no me bastan.

 

Y con el verso final dio por terminado el poema, consciente de que lo mucho sobrecarga y lo breve no desgasta la atención, máxime en poesía y para el libro de feria. Faltaba el refino, el cincelar algunos rebordes, afianzar algún verbo, abrillantar algún epíteto, pero el tronco y las ramas principales de la composición iban a ser esos y no le disgustaba el árbol emergido.

Sus aledaños de mesa conocían su propensión a la evasión creativa y no turbaron aquella súbita presunta concentración. Quisieron los duendes de la cronología que el epílogo del último verso coincidiera en el tiempo con el levantamiento de la sesión hasta otra extraordinaria, que quedó en ese momento fijada para la próxima semana, ya que el memorando distribuido no superaba las 25 páginas y resultaba baldío dejar más tiempo a la meditación para escoger una de las dos opciones…

—… porque entiendo que no hay más alternativas, o al menos nadie ha planteado una tercera. En definitiva, sobre nuestros destinos pesa el inclinarnos por conservar superficie y exportaciones, o por ampliar la extensión de la marca con una anexión de fincas colindantes. Haberlas haylas, pero ¿las podremos adaptar, a ellas y a sus propietarios, sin perder nuestra calidad de marca como hasta ahora, sin que suponga un esfuerzo de reconversión que sobrepase nuestras capacidades?

Y con esa solemnidad interrogativa el presidente abrochó la reunión y la disolvió acto seguido.

 

-------ooo0ooo------

 

Este octubre, ya mediado, está rompiendo los registros termométricos históricos de la zona. Las temperaturas se enfilan hasta los veinticasitodos grados al mediodía y a primeras horas de la tarde. El proceso de maduración de la aceituna alardea de un bronceado comprendido entre los diez y los catorce días de adelanto para la fecha.

Una pareja mixta de ingenieros agrónomos, acompañados de un topógrafo que mide declives y distancias, toma muestras de las aceitunas en presencia del capataz, en aquella finca gigantesca de más de 400 hectáreas y limítrofe con el actual perímetro de la D.O., para certificarla como candidata a incorporarse a la marca.

No fue suficiente aquella programada segunda reunión y resultó necesaria una tercera, para que el Consejo, asentado ya junio, adoptara, por unanimidad y salomónicamente, anexionar a las ya existentes, solo 6.000 hectáreas de las 14.000 iniciales propuestas para, de ese modo, poder incrementar la cosecha y las exportaciones sin que la exquisitez del aceite más áureo de la Vía Láctea se resintiera por una potencial masificación productiva.

La pareja de ingenieros le expone al capataz de la finca propiedad del marqués de los Oteros, las exigencias que tendrá que cumplir si quiere ver integrada la próxima cosecha, la actual no, remarcan, en la marca. El capataz toma nota mental, pero también digital en su tablet de cabecera, de las observaciones de los técnicos, pese a que se las harán llegar por escrito, pero se precia de ser un innovador y las procesa con sus añadiduras personales.

El pico Mágina asiste como notario sempiterno y se recrea desde su masividad pétrea, en la constatación de que los municipios bajo su jurisdicción geográfica y emocional progresan, como los niños aplicados, adecuadamente. Una ráfaga refrescante que debiera ser anticipatoria de un otoño que no se atreve a instalarse en el ambiente se interpone entre los tecnicismos agronómicos para suavizar el intercambio. La chica se cala una chaquetilla azul. Todo esplende a suave. La tarde se prodiga en delicadeza.

Mientras, abstraído en su habitación de escribir, Manuel Jiménez, alentado por el inesperado éxito popular que cosechó el poema, se ha iniciado en la construcción de un poemario que deberá recoger, si la inspiración lo alcanza, quince panegíricos dedicados a otras tantas vírgenes de los municipios adscritos a aquella circunscripción comercial de una cuota del aceite de aquella provincia interminable de olivos.

—Y le escribes otro a tu virgen, que seguro que te sale tan hermoso o más que el otro que publicaron —le recomendó el presidente del Consejo cuando solicitó de Manuel aquel encargo.

 

Yo soy mucho de aquí, de mis emblemas,

de honrar a vocaciones de los cielos y mi tierra, de pedirles por "Curros" y por "Anas",

pero mi ojillo derecho es esa virgen

que balancea por septiembre y por mayo su prestancia.

 

El cronista abre la ventana y esa misma ráfaga de viento lisonjero que hiciera aflorar la chaquetilla azul, se entromete entre su receso creativo y sensorial para recargar su fe en vírgenes y montañas.

Comparte con tus amigosTweet about this on Twitter
Twitter
Share on Facebook
Facebook