Olea

[Vega Fountain Martin]

Me llamo José García Moreno, aunque todos me llaman Pepe, tengo casi ochenta años y aunque me encuentro bien para la edad que tengo mis hijos se empeñaron en que me fuera a vivir con ellos. Desde que mi Martina se fue he vivido solo, me he apañado bien, pero mis hijos han seguido insistiendo en que estaría mejor viviendo con ellos en sus casas. Ante mi negativa, pues me valgo por mí mismo, su insistencia fue en aumento, insistieron tanto que al final tuve que aceptar con una única condición: que me dejaran seguir yendo al olivar o a la almazara. Sé que no les hace demasiada gracia y a veces mi presencia incluso les incomoda, pero era eso o nada.

A fin de cuentas, nuestra familia es lo que es y tiene lo que tiene gracias a la aceituna. He sido olivarero desde que tengo uso de razón, desde bien chico mi padre me llevaba a mí y a mis hermanos al olivar, al principio era un juego, pero a una edad muy temprana se convirtió en un trabajo. Me salí del colegio habiendo aprendido las cuatro letras y cuentas las justas para dedicarme en exclusividad al olivar, primero para ayudar en casa y después para crear mi propia familia. Por eso para mí el olivo y la aceituna han sido mi vida. No me arrepiento de ello para nada, ¿qué cosa hay mejor que un trabajo que te llene y te guste? Para mí así ha sido, y tengo suerte, muchos son los que reniegan de lo que hacen. Era duro, porque lo era, pero la recompensa merecía la pena.

Como os he dicho, paso varios meses al año con mi hijo mayor, Manuel, y el resto con Clemente. No viven muy lejos el uno del otro y están cumpliendo a rajatabla mi condición de ir con ellos. Manuel es ingeniero agrónomo, es hombre de campo al igual que yo, me gusta acompañarle a ver el campo, a ver cómo va la floración, cómo podan las cuadrillas e incluso ahora, después de tantos años, consigo reconocer cuándo un olivo está enfermo o tiene plaga. Él, como es obvio, tiene más conocimientos técnicos que yo, pero mis años de experiencia valen mucho. Recuerdo que cuando yo trabajaba, la cosecha no era para nada uniforme, algunos años los olivos traían mucha aceituna y otros años apenas para subsistir, y es que el olivo es vecero. Quien no sepa qué significa os diré que unos años da una cosecha abundante y el siguiente raquítica, esto ahora apenas pasa, mi hijo entre otros hacen lo posible para evitarlo y así asegurar la cosecha más o menos regular durante todos los años. Mediante labores agronómicas, elección de variedades, recolección temprana y tipo de poda hace que el olivo reaccione de forma similar siempre. En mi época esto también se sabía e intentábamos hacerlo lo mejor posible, pero ahora todo ha cambiado bastante, aunque lo básico sigue siendo igual. Me siento muy halagado cuando aún así mi hijo me pide consejo, yo le digo que qué le va a enseñar este viejo, pero él me reprende y me dice un refrán que siempre usa: “del viejo el consejo”, y ahí le tengo que dar la razón. Yo también pedía consejo a mi padre.

Él tiene una hija, mi nieta Olea, sí, ella también está relacionada con el olivar, incluso en su nombre. Para los que no estéis familiarizados con el tema os diré que Olea es parte del nombre científico del olivo, Olea europaea, y mi hijo, en honor a todo lo que ha significado el olivar en nuestra familia, decidió poner ese nombre a su hija. Ella es la niña de mis ojos, me tiene loco perdido, es una pequeña de cinco años con el pelo castaño y unos ojos almendrados color marrón que me vuelven loco. Es muy parlanchina y a quien quiera escucharla ella explica de forma pizpireta el por qué de su nombre, tiene recursos para todo, y ella orgullosa dice que su nombre significa olivo en latín, que era una lengua que se hablaba hace muchos, muchos años, y que si se llama así es porque su yayo Pepe ha sido olivarero desde siempre y su padre también lo es.

Me resulta tan tierno oírla decir eso, que a veces me tengo que dar la vuelta para que no vea que las lágrimas se me escapan. Muchas veces voy con ella al campo, al igual que a mí le gusta pasear entre los olivos, cosa que aprovecho para contarle cuentos inventados de duendes y hadas. La muy traviesa me pide que le cuente una y otra vez el mismo cuento, pero a mi edad se me olvida y claro, tengo que empezar a contarle el cuento de otra manera para que ella me rectifique y así recordarlo, creo que este truco va a durar poco tiempo, es muy lista y se da cuenta de todo. Desde bien pequeña le hemos inculcado el amor por la tierra y por todo lo que nos ofrece, y no sé porqué me da, pero creo que va a seguir los pasos de su padre, y yo no puedo estar más encantado. Los sábados por la mañana es nuestro día, ya que a diario va al colegio y no puedo desayunar con ella; bien temprano me va a despertar y me espera ansiosa sentada en la mesa esperando a que me siente para empezar a desayunar. Ese día su madre, mi nuera, nos pone unas rebanadas de pan tostado o sin tostar, depende del día, y Olea me anima a que le ponga el aceite encima.

–Yayo, yayo, échame ese aceite rico en la tostada –me pide. Ella tiene ya su gusto bien definido y sabe lo que quiere.

–¿De este, Olea? –le pregunto mostrándole la botella que tiene aceite de la variedad Picual, un aceite con un ligero picor y amargor.

No, yayo, de ese no, del otro, el que tiene otro color más verde –me dice ella.

–¿De este, Olea? –le vuelvo a preguntar señalando la botella que tiene la variedad Arbequina.

–¡¡Sí!! –dice ella entusiasmada. Yo ya lo sé, a ella le encanta esa variedad, pero para hacerla rabiar siempre elijo otra botella. Desde muy pequeña lo ha tenido claro y es que la variedad Arbequina apenas pica o amarga y por eso a ella la gusta tanto. Juntos desayunamos mientras nos contamos nuestras cosas, sobre todo lo próximo que vamos a hacer cuando volvamos al campo.

Con mi otro hijo Clemente también paso ciertas temporadas, él también está relacionado con este mundo, trabaja en el departamento comercial de una almazara, de nada sirve tener un aceite muy bueno si luego no se vende y él se encarga como nadie de hacer que la gente confíe en su palabra y que compre. Cuando lo acompaño a la almazara me encanta el ambiente que se vive allí, es un poco caótico a veces, pero lo que más me gusta es cómo huele, huele a aceite, sobre todo en la época de cosecha. El ambiente es tenso, todo el mundo en la cooperativa se juega el trabajo de todo el año en esos días y claro, es normal que todos los olivareros, cooperativistas o personas relacionadas con este mundo estén algo nerviosas. A veces es normal que esto ocurra, pero me veo de alguna manera reflejado en ellos, me veo como yo era hace unos años, con esa tensión, la incertidumbre, el desasosiego, pero la gran diferencia es que ahora lo veo desde la barrera, ahora ya no me preocupa como antes, aunque he de confesar que los nervios se me ponen en la barriga cuando estoy por allí. Muchos de los que van allí me conocen, si no son los padres son los hijos, hablamos y comentamos los incidentes de la jornada y de vez en cuando me piden consejo, eso me encanta, en todo lo que pueda ayudar… en la almazara me dejan un poco a mi aire, sé que mi hijo les ha pedido que por favor me dejen entrar y salir de allí y yo encantado, creo que no podría vivir sin estar rodeado de todo aquello que amé, porque yo he amado mi profesión sobre todas las cosas, es dura como muchas otras, pero me gustaba y me gusta. No lo puedo evitar.

El trabajo ahora tiene poco que ver con el que se realizaba antes, ahora está todo mecanizado y antes nos partíamos el lomo tanto en el olivar como en la almazara, pero hay una cosa que sigue presente, el esfuerzo y la dedicación de los hombres del campo para obtener su mejor provecho. Cuando yo trabajaba en el campo las jornadas eran duras y apenas veía a mi Martina, y todo por nuestros hijos, ellos han llegado a amar a la aceituna como un día lo hice yo y eso me llena de orgullo. Si algo he hecho bien en la vida ha sido inculcarles el amor a lo que hacen, pero ahora tengo a una pequeña que me quita el sentido y a la que estoy adoctrinando para que continúe. Olea representa para mí lo que un día fui yo, además creo que ella llegará lejos si sigue como hasta ahora. Si su padre sigue con mi labor, pues yo dentro de poco ya no podré, y la hace ver y amar al campo como yo lo hice y ahora lo hace él, tendremos en la familia a una nueva olivarera, de esas de rompe y rasga, con su temperamento, útil en muchos casos, y con las ideas muy claras. Pero hasta que mi cuerpo aguante seguiré yendo con ella al campo, llevándola a la almazara para ver cómo se moltura la oliva y se extrae el primer aceite hasta el envasado final. Es un proceso largo, pero a ella le encanta ver cómo de una aceituna sale el líquido amarillo brillante que luego toma en su desayuno de los sábados conmigo. Ella es muy curiosa y pregunta sin parar, ya estemos en el campo o en la almazara, por qué se hace esto así y no de otra manera, y yo como puedo la respondo a sus preguntas. Recuerdo la primera vez que fue a ver cómo se recolectaba la aceituna y veía vibrar a los árboles; lloró muchísimo, ella pensaba que les estaban haciendo daño y que les saldrían muchas heridas y luego tendría que ir su papá a ponerles tiritas como hace con ella. Fue tan entrañable… Al final, tuvo que ir mirando ella misma que los olivos no tenían heridas y ya más tranquila me contó que le divertía cómo se movían las hojas y caían las aceitunas al suelo. En la almazara ocurre igual, pregunta por los molinos, por la prensa, las batidoras y todo lo que se la ocurre, y ahí sí que sabe que la aceituna sufre un poquito, pero le he dejado claro que tiene que ser así, que si quiere tomar aceite en el desayuno a la aceituna hay que estrujarla hasta sacarle todo su aceite. Como ese día es uno de los mejores de la semana para ella y para mí entiende que el proceso es el que es, así que lo que al principio no la gustaba nada ahora lo ve como algo normal y cotidiano.

El día que me vaya la echaré de menos, de hecho cuando estoy en casa de mi hijo Clemente, los sábados son sagrados y voy donde Manuel a desayunar con ella. Es nuestro momento y mientras pueda no quiero prescindir de él. Creo que ella también me echará a mí en falta cuando me reúna con Martina, pero espero haber dejado la semilla plantada para que siga como hasta ahora.

Si me he atrevido a contar este relato, que al final es un trocito de mi vida, ha sido por ella principalmente, por Olea, pero también por la aceituna y el olivar. Mi vida.

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