La Sole y su olivo

[María Isabel García Varela]

Jacinto tenía un olivo oleáceo en el balcón de su casa.

Vivía en un pueblo de Jaén, con su madre, apodada la Sole, y sus hermanos, que todavía iban al colegio.

La Sole era conocida por su trabajo en el mercado y en el pueblo y por su voz, ya que tenía la capacidad de cantar tan alto y tan fuerte, que cada vez que su hijo se iba a dar una vuelta por el pueblo, lo llamaba a voces desde su balcón y, aunque estuviera a 5 kilómetros, como si de un huracán se tratara, se le impregnaba en el oído, que hasta sus propios amigos le acompañaban para que se fuera lo antes posible.

Sole cuidaba de su olivo con gran intensidad, crecía grande y robusto, le cantaba y le hablaba todos los días y era tanto su empeño, que en los últimos años le regalaba aceitunas de un tamaño descomunal, caían al suelo y ellas mismas se plantaban dando lugar a más olivos. Nadie se explicaba qué les hacía para que crecieran tan rápido.

Así se fue llenando de olivos toda su propiedad; era tanto el fruto que comenzó a vender aceitunas en el mercado, después extrajo de las aceitunas maduras, de entre 6 y 8 meses, siempre a comienzos de otoño, el aceite.

Estudió bien el terreno y, ayudada por algunos lugareños, comenzó a conocer las técnicas de la recolección, como el ordeño, el vareo, la vibración y la recogida del suelo llevándolas a la almazara y con posterioridad a la molienda y el batido. Tras el almacenamiento fabricó aceites de gran calidad, con buenos aromas, que provocaban un buen maridaje con ciertos alimentos que mejoraban con el tiempo.

A veces lo vendía como conservante en los procesos de maduración de ciertos nutrientes, como el queso y el cerdo; se dio cuenta de que tenía un gran poder cosmético, por lo que, mezclándolo con hierbas aromáticas, creó aceites para la piel y ungüentos como bálsamos, y mezclas que se untaban en la cara como la mejor crema del mundo.

Sus jabones fueron famosos, se hacían de manera artesanal y cuidaban el medio ambiente, con suaves perfumes de flores y frutas, para aromatizar la piel e hidratarla, sin dañarla.

Luego se fijó en el árbol y en sus propiedades, en la dureza, resistencia, la no porosidad, que presentaba un gran interés culinario, ya que no producían bacterias.

Cortó partes importantes e hizo tablas, que embellecía con el aceite, para nutrirlas y servir allí los alimentos, los quesos, el jamón, las carnes etc., siendo un espectáculo para la vista.

Palas de todas clases hechas artesanalmente por los vecinos del pueblo, que aparte de darles trabajo y facilitar sus vidas, creaban formas originales y diferentes, no absorbían líquidos ni sabores, por lo que eran una opción perfecta para los alimentos frescos.

En un principio lo vendía todo en el mercado, y apuntaba sus ganancias en unas tablillas de su propio olivo.

Lo que realmente le gustaba a la Sole era cantar, sobre todo saetas, así que ensayaba todo el año para cuando llegara Semana Santa y así poder agradecerle a la Virgen su paso por su casa. Tanto sentimiento le ponía, que cuando se paraba, frente a ella, cantaba y cantaba una tras otra saeta, mientras el paso permanecía horas esperando.

Las procesiones se hacían interminables, las bandas de cornetas y tambores se quejaban al pasar, los costaleros, que querían cumplir su sueño, habiendo conseguido formar parte de la hermandad, se arrepentían de serlo, ya que el peso era excesivo.

Se extendió como reguero de pólvora que la Sole, mientras la virgen recibía claveles rojos y morados de los balcones, no cesaba en su empeño de continuar cantando; es más, se marchaba la gente y seguía cantando.

El cura del pueblo, al que adoraban, tuvo que intervenir en mediar la situación. Determinó que solo podía cantar tres saetas, cortas, sin gorgoritos ni extensiones vocales, al paso de la procesión. Avergonzada, le hizo el firme propósito de cumplirlo.

Cuando llegó el siguiente año, al pasar la virgen por la casa de la Sole, con pasión inusitada se puso a cantar y comenzó con unos gorgojitos tan largos y extensos, que casi se baja la Virgen y se va.

El cura corrió despavorido para hablar con ella de nuevo y darle otra oportunidad, pero era más fuerte lo que sentía, cuando la veía y estaba delante de ella, que no pensaba en parar.

El cura decidió esconder a la Virgen y Sole iba por todos los lugares buscándola, a la par que cantando por todas partes, para que supiera que no estaba sola.

Lo peor vino cuando se dio cuenta que los morteros que ella hacía con olivo, eran tan profundos y grandes que hacían de eco con su voz, por lo que el pueblo hizo una congregación en peregrinaje, hacía la iglesia, para que el cura la liberara...

Se rindió y la liberó.

Muy agradecida construyó un altar de olivo y regaló al pueblo dos edificios, llenos de todos los productos que iba obteniendo.

Construyó restaurantes y almazaras, que competían con los mejores del mundo, donde la cultura del olivo imperaba sobre todas las demás.

Por la grandeza de su aceite se sumó al oleoturismo. Propuso visitas al olivar, guiadas durante el día, iluminadas durante la noche, incluyendo caballos en el paseo. Organizó fiestas camperas donde el folclore andaluz amenizaba las cenas de los viandantes.

Catas de aceite, talleres de iniciación a ellas y ofertas infantiles para que los niños, que acompañaban a los padres en el viaje, pudieran disfrutar de la misma manera.

Jacinto era la envidia de todos sus amigos, ayudaba en los quehaceres de su madre y vio crecer la empresa familiar con gran alegría.

El pueblo se fue llenando de turistas, que atraían a otros y creció rápidamente.

Todo el pueblo participaba en el negocio de la Sole, trabajando para ella, por lo que le facilitó la vida de muchas personas.

El cura participaba en las mejores degustaciones de aceite, con aromas y sabores que le trasladaban a la sierra de Jaén. Ella se relajó, y tanto lo hizo, que construyó un Spa para los viajeros, ofrecía tratamientos con aceite que les permitían disfrutar de los beneficios del oro líquido, como antioxidante y relajante. También creó peluquerías ecológicas con tratamientos de diversos aceites para el pelo.

La Sole cantaba sonriente y amenizaba las fiestas, rodeada del pueblo que tanto amó.

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