Con olor a pan tostado…

[Gloria Aliaga Duque]

—Han confesado. Por fin me han dicho qué es lo que quieren —afirma papá ante mi atenta mirada, en la segunda de las visitas a la que lo acompaño al psiquiatra.

—¡Y qué demonios quieren papá! ¿Cuándo va a terminar esto de una maldita vez? ¡Quiero recuperar a mi padre y lo quiero ya! ¿A qué esperas? Vamos… ¡Suéltalo de una estúpida vez! —exploto y a continuación se crea un largo e incómodo silencio.

Han sido varias las emociones que han rondado mi cabeza estos últimos días. He viajado desde la desesperación a la incredulidad. En ocasiones he rozado la duda, pero rápidamente he desechado ese sentimiento. Soy una chica de ciencias, en mi cabeza no cabe el misticismo ni lo sobrenatural, aunque he de reconocer que ha habido días en los que mi incredulidad se ha tambaleado. Especialmente al verlo intentando resolver los enigmas que esas personas planteaban en su cabeza. ¿Esquizofrenia? Tal vez,  pero es que  todo es tan real para él, que cuando comparte sus experiencias se me hace un nudo enorme en la garganta y explota toda la rabia que llevo dentro.

Esta vez, su respuesta me ha dejado atónita. Tras una larga exposición, llegamos a la conclusión de que las voces que escucha son almas que vienen de otra época. Ángeles los llama él. Son familiares  nuestros de generaciones pasadas que han venido a hacerle una petición.

La persona que se dirige a él principalmente, es el abuelo de la familia. Este pertenece a  una gran familia adinerada, compuesta por cinco hijos y quince nietos. Vivían en una finca donde la tradición del olivar era su modo de vida. Lo era hasta que un poderoso terrateniente, con una falsa acusación, logra inculpar al abuelo, consiguiendo que el Estado expropie sus terrenos. Miles de olivos fueron arrasados por el nuevo dueño de las tierras, plantando en su lugar otro tipo de cultivos más populares para la época.

Parece ser que tras esta imperdonable hazaña, el abuelo había perdido la cordura y andaba deambulando por los pueblos intentando dar a conocer a las nuevas generaciones, el trabajo en el campo, pero al no ser una persona cuerda, pocos le escuchaban. Tuvo que buscarse así una persona para que transmitiese su mensaje, luchara por su tierra, sus costumbres y su forma de vida. Fue así como toda esta historia llegó hasta papá. ¿Surrealista todo? Pues aún queda lo mejor.

Mi padre decía que habían encontrado la figura perfecta en él y que le habían prometido que, una vez encontrara  la forma de hacer llegar su legado adaptado a los tiempos que corren, desaparecerían de su vida para no volver. A mi padre no le quedó otra opción más que la de aceptar. Esta es su historia…

 

26 de marzo de 2017.

— ¡Bravo! —grito aplaudiendo con intensidad—.¡Eres único papá! Una idea genial.

Definitivamente insuperable, es el mejor adjetivo que le podría asignar a mi padre. Él es un conocido profesor de literatura en mi instituto. Su peculiar afición por conocer el pasado y trasladarlo al presente, ha hecho de él un profesor cercano y divertido, admirado por sus alumnos.

Últimamente está trabajando en un proyecto dinámico y creativo, con una temática que le apasiona. Papá es un enamorado de la Edad Media y siempre ha defendido la tradición oral. Cuando era pequeña recuerdo como se sentaba en el borde de mi cama y tras arroparme me contaba un cuento, un canto o un poema, pero siempre con un elemento común, el hecho de estar ambientado en la Edad Media. Un juglar del siglo XXI, como él se suele definir.

Hoy es el día del ensayo general. La verdad es que he llegado un poco tarde y la gente ya estaba acomodada en sus asientos, pero justo a tiempo para no perderme el principio. A ver con qué nos sorprende. Hace sólo 15 días que ha comenzado su tratamiento y aunque lo noto un poco perdido, lo observo bastante recuperado.

—¿De verdad te ha gustado Gloria? —pregunta impaciente esperando mi aprobación, mientras se retira para no obstaculizar el cierre del telón tras el ensayo general.

—¿Bromeas? ¡Es la bomba! —exclamo con euforia—. Es el mejor proyecto que ha salido de tu cabeza.

Papá me mira a los ojos emocionado y me agradece que le brinde mi apoyo. Realmente la obra me ha impactado y ha hecho un revoltijo en mis recuerdos, que invitan a mis ojos a soltar una lagrimilla. Aún así contengo la emoción y observo a los tres personajes principales. Adoro ver a gente joven defendiendo sus raíces y sus costumbres y siendo partícipes de esta gran idea que en el pueblo dará que hablar. Siento una ligera brisa tras mi espalda, que termina en un escalofrío.

—Déjate de tontunas —me digo a mí misma reprochándome el traer a mi mente la idea de algo sobrenatural.

Hoy es el gran día y por suerte ha amanecido soleado y con una temperatura que invita a salir a la calle. Trompetistas desafinados, afinan sus trompetas ante la atenta mirada de los primeros curiosos. Flautistas que preparan su instrumento. Tamborileros que repican suavemente en sus tambores. Voces enjuagadas con gárgaras de agua. Sí, está todo preparado.

Plaza del ayuntamiento, cinco en punto de la tarde. La gente se aproxima formando un improvisado corro. No es un teatro programado, los alumnos juegan a sorprender al espectador. Tras la esquina aparecen los encargados de recitar el canto. Van ataviados con ropas como las que vestían los juglares de la época, pero su lírica dista mucho de la de los tiempos de antaño. En escena Juan José, María del Mar y Josefina.

María del Mar es la encargada de comenzar:

 

En las mañanas de diciembre,

repican en mis oídos las varas del olivar,

y como campanas al viento que anuncian una nueva vida,

se quedan en mi mente a acompañar.

 

A mí me suenan sus “crujíos”,

como el “quejío” flamenco de un andaluz al cantar,

a mí me huelen sus ramas a color verde olivar,

que si de algo entiendo es del color del mar,

del verde naturaleza y del amarillo al sembrar.

 

Tierra de olivos,

que en mi retina encontraste un hogar,

tatuaje de Sierra Morena,

donde más viva me suelo hallar.

 

Sé que tu terreno está manchado,

por la sangre de alguna guerra,

sé que el sudor de muchas manos,

descansa bajo tus piedras.

 

Es por eso que me siento,

en mi tierra especial,

madre guerrera que narra,

mil historias por contar.

La gente interrumpe el poema con sus aplausos. Es el turno de Juan José que, irguiendo su cuello y espalda, respira profundo y comienza a recitar con un fuerte y jovial tono de voz:

 

Amanece un  nuevo día,

con la criba aventando,

las hojillas y los brotes,

que la oliva está soltando.

 

Suenan de nuevo tractores,

pajarillos con su canto,

vienen a comer de su fruto,

a pie de raíz picoteando.

 

Cuadrillas de trabajadores,

que en sus viejas capachas portaban,

la buena y humilde comida,

que en la noche anterior preparaban.

 

Anochece en el pueblo y se forman,

largas colas en la almazara,

huele a fruto prensado,

y a recuerdos de historia pasada.

 

Cuantas veces has servido,

de sustento al inmigrante,

que ha ejercido con sus manos,

la humilde labor de recolectarte.

 

Junto a ti encontró la salida,

que a la vez hizo de entrada,

a la nueva y buena vida,

que en estas tierras le esperaba.

 

Con la mirada brillante,

el andaluz le recibía,

sangre fundida de hermanos,

que luchaban por su familia.

 

Que recuerdos en la niñez,

cuando de nada sobraba,

una gota en mi dedo,

de aceite mi madre posaba.

 

Frótala muy despacio,

con paciencia me decía,

y con un par de besos y con dos Avemarías,

me curaba las heridas que el día amanecían.

 

Y aunque los tiempos han cambiado,

sigue viva su esencia,

porque en las asperezas de la vida,

siempre encuentro su presencia.

 

Sus voces temblorosas del ensayo general han adquirido fuerza y carácter. Es el turno de Josefina que, mostrando en sus manos una hogaza de pan, se emociona mientras relata su parte del poema:

 

Hoyo de pan regado de oro,

que tantas soledades acompañas con decoro,

a ti te debo la salud que recuperé un día,

también los besos que me dan los buenos días,

con olor a pan tostado y su aceite de oliva.

 

Verde, verde olivar,

con su retorneada figura parece caminar,

haciendo turismo

por cada rincón a sembrar.

 

Coge mi mano,

te quiero enseñar,

los rincones más hermosos,

donde poder explorar.

 

Los tiempos siempre cambiantes,

no me dejan de sorprender,

nuevos turistas que vienen,

a pagar por aprender,

el oficio y la cultura,

que a mí me dan de comer.

 

A ellos regalan su fruto,

cuando la jornada ha terminado,

y  marchan felices a sus tierras,

con su manjar bajo el brazo.

 

Árbol de la vida, mi árbol amado,

¡Aquí me tienes arrodillada ante tus pies!

Sumergida entre la marea verde que compone tu figura,

arrastrándome hacia a ti  bajo una luna,

a la que un día obligaste tornarse en un naranja  miel,

por complacer tu capricho de iluminarte dorado.

 

Me voy con el alma impregnada,

de vivencias y de cultura,

y ahora que  marcho lejos,

buscaré tu eterna figura.

 

Donde la ciencia persigue con fuerza,

descubrir tus cualidades,

y el poder de tu riqueza.

para curar enfermedades.

 

Tango de Andalucía,

he de dejarte mi despedida,

no quiero llorarte sino de alegría,

cuando vuelva a visitarte en mi memoria perdida.

 

Emociones a flor de piel. La gente rompe el silencio que, respetuoso, se había instaurado en la plaza. Ojos vidriosos inundan las calles y mi alma se deshace en pedacitos al escuchar aquellos versos que tan cerca me tocan. Qué honor ser jornalera de los campos andaluces, que tantos valores me han transmitido.

Abandonamos la avenida que les ha servido de escenario y recorremos las calles hasta la próxima plaza del pueblo y el pasado vuelve a coger protagonismo en un presente tan falto de lírica como de sorpresas. Todo está saliendo a pedir de boca. Parece ser que nuestros ángeles de la guarda van a tener muchas cosas que celebrar. Papá vuelve a ser él mismo, tranquilo, sosegado y con una sonrisa que irradia a todo el mundo.

Sin duda algo diferente, algo especial…

Comparte con tus amigosTweet about this on Twitter
Twitter
Share on Facebook
Facebook