Olea, la aceituna

[María Luz Mota]

Mi nombre es Olea y mis antepasados procedían de Asia Menor, pero yo vivo en España, bonito país del sur de Europa que es bañado por el mar Mediterráneo y el océano Atlántico. Una patria soleada y alegre donde las ciudades y los campos se entrelazan de norte a sur y de este a oeste.

No sé muy bien del todo cómo llegaron a España mis antepasados desde las cercanías del mar Negro, pero se supone atravesando el estrecho del Bósforo que separa Asia de Europa, en camello o en barco, en algún cargamento de mercancías hace ya siglos.

Soy el fruto de un árbol pequeño, que creció muy lentamente ya en España, y que posee un tronco retorcido y unas ramas nudosas, con hojas de dos tonos de color verde, un verde grisáceo arriba y blancuzco abajo; con pequeñas flores blancas que se convertirán en lo que yo soy ahora: una aceituna.

Le estoy muy agradecida a un humano, ya que fue él quien plantó el olivo del que soy fruto y por tanto, gracias a ese acto, estoy hoy aquí, en una bonita huerta del Aljarafe sevillano, cerca de un pueblecito alegre y tranquilo. Un lugar donde brilla el sol casi todo el año y donde crecemos bien las aceitunas.

Ni él, ni ningún otro humano en su sano juicio, podría creer que además de estar viva, tengo conciencia de ser como ellos mismos, es decir, que sé que soy una aceituna igual que una persona sabe que es un ser humano. Pero las personas, creo yo, están equivocadas cuando se erigen en seres más elevados, conscientes e inteligentes. Pues cualquier materia viva que forma este mundo en que vivimos, tiene esas capacidades que desarrolla en su propio estadio, en su propio micro-mundo. Esa información la he recibido de mi árbol querido, del cual hoy por hoy formo parte.

Ese porte especial que los humanos creen tener como únicos poseedores de la verdad, es, no obstante, algo común, que se encuentra en los átomos de toda la materia y en la energía transcendental que constituye todo lo que existe.

Los humanos que conozco se creen muy preparados pero no lo saben todo, algunos de ellos dudan que su cuerpo está formado por muchos otros organismos microscópicos que bailan a un mismo compás mientras ellos están vivos. Por lo menos lo olvidan cuando hablan… Habrá sabios o adivinos, místicos o científicos que sí conozcan su realidad y la mía.

Nací para volver a crecer en esta maravillosa tierra nutritiva y formar un bonito olivo, pero antes mi carne debe servir para alimentar a aves, roedores o humanos… O tal vez, para hacer aceite; ese magnífico brebaje que brilla al sol y que es verdadero oro líquido para los que lo disfrutan.

A las personas les gustamos mucho las aceitunas, por eso nos cuidan. Y he escuchado que aconsejan comer siete de nosotras cada día, pues somos ricas en omega 3, omega 6 y en vitaminas A y C.

Este año de aridez, por haber llovido muy poco, el agricultor del olivo del que soy fruto ha regado mi árbol, con cariño y con empeño; sacando agua de un histórico pozo. Aunque no me gustan los baños, ni el frío; si necesito la preciada agua, cuando las largas raíces de mi árbol no alcanzan ninguna humedad subterránea y el terreno está desabrido. A pesar del riego, aún estoy pequeña y debo engordar un poco más para que mis buenas propiedades ayuden a cualquier especimen que me coma a tener salud y bienestar.

Tengo átomos de hierro y de sodio en mi carne verde y ácidos grasos mono-insaturados. Regulo el nivel de glucosa en la sangre de los seres que me comen y también la tensión arterial.

Antiguamente, con la carne de mis hermanas aceitunas hacían una pasta que curaba quemaduras. ¿Que cómo lo sé? Pues por la genética, por la información que me transfiere mi olivo. Todo se trasmite: las experiencias, las sensaciones, los pensamientos… Nada cae en saco roto. En esta vida todo tiene un porqué y una razón, aunque a veces no la sepamos.

Nos creemos libres pero todos somos el producto de lo ya vivido por otros, de nuestra especie y de otras que nos conforman.

Somos condicionables, la vida es así y por eso siempre se abre camino en cualquier parte, pues se archiva todo, se informa de todo a sucesivas generaciones y no hay que empezar de cero en cada existencia.

Algunos individuos piensan que las actividades que realizan son el producto único de su libertad de elección. Se olvidan de la genética, de su propia bioquímica, además de su educación… Pero bueno, a veces somos lo que pensamos y los que se creen libres y les gusta serlo, puede que disfruten más de la vida que integran.

La vida somos todos y cada uno. Como un holograma, cada ser es íntegramente perfecto y completo y a la vez es parte de otro holograma mayor que a su vez es parte del Universo. Todo es parte de algo, incluso yo, pequeña aceituna.

Mi esencia está relacionada con mi configuración de “drupa”. Tengo la pulpa carnosa y mi centro es leñoso. Me conforma un cincuenta por ciento de agua, veintidós por ciento de grasa, veinte por ciento de carbohidratos, seis de celulosa y un dos por ciento de proteínas. Por eso soy bondadosa y no ayudo a enfermar a quien me come, muy al contrario siempre auxilio a todos a vivir con calidad.

Prefiero ser comida por los pájaros que enfrentarme al tormento de los palos para que me lleven más tarde al molino a convertirme en aceite. Conozco aves que vienen de lejos y hacen una parada en las ramas de mi olivo, antes de llegar a África. Soy amiga de jilgueros, verdecillos, zorzales y perdices; aunque conozco también a los estorninos pintos y a las currucas capirotadas, ya que también visitan el olivar del sur donde vivo.

En las ramas de este olivo del que formo parte he visto historias de amor entre los pájaros, con caricias y arrumacos y demostraciones plumosas de grandiosidad y ternura. ¡Qué bonitos son los pájaros!

He escuchado historias tristes y sentido la pena que vivía en algunos corazones, algunos ánimos tristes de pájaros pero también de humanos.

Los sentimientos nos hacen sentir y sentir es signo de vida, a veces duele existir, pero nadie quiere no hacerlo. Es un milagro la vida, con sus misterios y su fuerza. Es un prodigio la energía que mueve en torbellinos y a veces nos arrastra a lugares y formas que nunca hubiésemos conocido por decisión propia.

Yo sé que debo transformarme en algo nuevo, dejar de ser esta perfecta forma verde y redondita para integrarme en células que necesitan de mis nutrientes para poder transitar la existencia con vitalidad y deleite. Sé que realizaré un largo viaje a través de lugares extraños y diferentes a este territorio aireado, puro, soleado y caliente donde vivo. Pero así es mi destino y el acomodo es fuerte, por eso nada ni nadie se debe resistir a su destino, solo dejarse llevar en actitud de disfrute, sin apegos y sin resistencias. Así la vida te premia, te regala su magia y comprendes todo.

Somos comprensión y evolución, somos transcendencia, somos amor.

Yo, Olea, la aceituna, hoy quiero decir quién soy muy alto: una reina redondita del verdor que trae la vida, un pedacito de savia envuelto en amargo gustillo. Soy la hija de un olivo que vino de Asia Menor, heredero de las aceitunas que tal vez trajo Alejandro Magno de cerca del mar Negro y que después de milenios aún coexisten en España.

Me gusta ser como soy y servir para tantas cosas. Me gusta integrar en mi drupa tantos años de evolución de vida en este planeta. Llevo en mí no solo la energía de turcos y otomanos, sino también de kurdos, bizantinos, troyanos, árabes, cristianos y judíos. Y por supuesto españoles.

Estos son mis pensamientos de hoy, día otoñal pero soleado del Aljarafe sevillano.

En otoño siempre me gusta recapitular, será porque el tiempo cambia y la luz comienza a ser diferente, que a una le entran ganas de centrarse en la retórica y en el intimismo. Nacimos como casi todos para integrar la cadena alimentaria de la vida, pero eso no nos hace menos instruidas.

Y no quiero despedirme sin hablaros del aceite de oliva, pues si no yo, mis hermanas formarán parte del proceso para constituir este manjar de vida. Ingrediente básico de la gastronomía española y producto estrella de la dieta mediterránea.

El aceite virgen extra se elabora con la mejor parte de la oliva y es puro zumo de aceituna. Obtenido por procesos mecánicos a 25 grados centígrados, se obtiene una acidez menor de 0,8 grados en las almazaras y se pasa por numerosos controles. El ecológico es el de mejor calidad. Su uso es especialmente culinario, pero tiene tantas bondades que ya se usa en cosmética o medicina.

Y termino mi recapitulación otoñal con una despedida y recomendando tomar aceite y muchas olivas.

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